Mi amigo Magín, del que ya hablé en otra entrada de este blog, me dice que hay días en que sube hasta la cumbre de una montaña desde la que divisa el valle donde vive y, ya en la lejanía, el mar y las Islas Estelas.
-Desde aquí-me dice con su hablar tranquilo- puedo ver la gente ,que como diminutas hormigas, camina por las calles del pueblo o pasea por las orillas de la playa. Veo los coches que pasan veloces e impacientes por la carretera que atraviesa el valle. Todo cuanto allá abajo nos parece grande e importante se vé casi insignificante en la pequeñez que marca la distancia.
-Pienso entonces-continúa mi amigo- en lo ajenas que quedan desde esta altura las luchas y pasiones de la gente. Si existe un Creador que en su distancia nos puede contemplar desde su inmensa altura, no podrá sino observar con desencanto el comportamiento, rencillas e intolerancia de los minúsculos habitantes del planeta.
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Cuando bajo de nuevo hasta mi valle y me mezclo de nuevo entre las gentes
de mi pueblo, pienso que quizá alguien desde arriba o en no sé donde,
puede estar viéndome también como un diminuto punto más de nuestra Tierra.