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jueves, 23 de noviembre de 2023

"Madeleine en Selandia " de Julio Suárez Herrero. Texto completo.(Clic aquí para leerlo)

  




Texto completo en lengua española del libro "Madeleine en Selandia" de Julio Suárez Herrero    


  Comentario del Autor

Los hechos que relato en esta historia, así como los personajes que en ella aparece son ,en su mayor parte, reales. En cuanto al resto quizá también lo sean. Esto lo dejo al juicio e imaginación de cada lector. 



                        MADELEINE EN SELANDIA


                                           I

Antes de regresar a España estoy contemplando una vez más un cuadro en el museo del palacio de Frederiksborg en la ciudad de Hillerøde en Dinamarca. El pintor nos muestra entre otros personajes a María Magdalena y a Jesús ya muerto. Aquellas caras me hacen revivir los recuerdos de dos personas que  hace ya muchos años conocí en aquel país. Están ahí inmóviles, prisioneras del marco de esa pintura, sus caras son las mismas y  tengo la sensación de  que en cualquier momento  me hablarán. Salgo del museo y en mi coche conduzco a través de estos campos de esmeralda hasta llegar a la isla de Mön. De nuevo, como hice tantas veces hace muchos años, veo sus acantilados blanquecinos y las aguas oscuras del mar hoy respetadas por  la bruma. Al borde de uno de aquellos  precipicios me he parado e inevitablemente he recordado momentos ya lejanos de mi vida en Selandia. 


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Yo nací en Madrid . El portalón de la casa era amplio y tenía unos  pocos  escalones que llevaban hasta un viejo ascensor de madera. En uno de los pisos más altos vivían mis padres y en su dormitorio aparecí yo en este mundo bien entrada ya una noche de invierno. 

Desde aquel momento hasta  ahora  en que me encuentro lejos de aquellas calles madrileñas, de sus gentes apresuradas , sus comercios, sus cafeterías..…de aquel entorno, ruidoso y  en apariencia vital pero en el que todos  caminan desconocedores de su final en unos  instantes que quedarán para siempre en el olvido…desde aquel momento hasta el silencio de ahora, de estos campos tan verdes, tan húmedos, de este mar de aguas tristes hoy tan diferentes de aquellas de Primavera cuando llegué a Dinamarca, desde aquel momento en que nací en aquella calle hasta ahora … he llegado de nuevo a estos acantilados  del Sur de Dinamarca.

He recorrido  una vez más estos campos de suaves ondulaciones, he atravesado bosques de hayas que en otoño muestran el fuego en que parecen arder sus hojas de increíbles colores ocres y rojos. He imaginado en mi recuerdo  los caminos cubiertos de nieve en el invierno, los techos de paja de las granjas y las aguas oscuras del mar Báltico y en mi mente se han presentado imágenes de tantos días lejanos vividos en Selandia.…

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Mi casa estaba entonces a 15 kilómetros de Copenhague muy cerca del mar  En el barrio había  chalets con pequeños jardines y por sus aceras apenas se veían peatones, calles donde  tan solo ocasionalmente caminaban  algunas personas paseando a sus perros que nunca ladraban. Nunca supe quienes eran los habitantes de aquellas casas, quienes salían a buscar el sol de los veranos en sus jardines. Era un mundo silencioso muy distinto al de mis calles madrileñas. Su tranquilidad no me producía aburrimiento sino más bien una gran serenidad.

 De una casa cercana a la mía veía salir algunos días a un señor que empujaba la silla de una niña con parálisis cerebral. Yo los veía dirigirse calle abajo, en dirección a la avenida orillamar. La silla se alejaba y me parecía distinguir el cabello  rubio de  la pequeña, el vivo color de la manta que cubría sus piernas y los ligeros movimientos de su cabeza siempre ladeada. Sentía entonces una enorme tristeza…

La niña se llamaba Madeleine. Me extrañó que fuera un nombre en francés pues mis vecinos eran daneses. Me enteré más tarde que en danés su nombre es Magdalene. Por algún motivo que desconozco sus padres  decidieron ponerle el nombre en francés. Averigüé también que Olsen era el apellido de su padre.

 Aquella silla que empujaba el Sr. Olsen la he visto también sobre la arena de mi playa gallega en los veranos, sobre la acera de las calles de Madrid, en tantos otros lugares de la Tierra  empujada siempre por las manos de otros padres silenciosos mientras su hija mantiene su cara ladeada sobre su mejilla izquierda contemplando algo que nunca nos podrá contar y su carrito sigue avanzando empujado por su padre  en un trayecto para ella  sin destino. …

Qué sientes Madeleine?

Recojo las siguientes líneas que escribí entonces en mi Diario un día a mi regreso de una excursión a los acantilados de Mön:

“Yo no merezco estar aquí de pie , dominando los movimientos de mis manos, de mis piernas que recorren una y otra vez el borde de este abismo con cuidado de no tropezar, fijando mi vista en esas aguas oscuras, pudiendo decidir si doy un paso adelante o regreso al calor de mi hogar. No merezco  poder pensar, crear el mundo que creo percibir mientras dure mi  vida, mientras  tu, con tu cabeza ladeada y tu boca ligeramente abierta estás sumergida en ese otro mundo desconocido y carente de tantas sensaciones que yo puedo experimentar, yo no merezco esta libertad mientras tu sigas en esa maldita silla de ruedas.”


                                            II


El despacho de mi padre estaba muy cerca de la puerta de entrada a nuestro piso. A mí siempre me pareció oscuro y me impresionaba su silencio al entrar mientras mi padre en un antiguo sillón de cuero parecía sumergido en uno de los miles de libros que albergaba la biblioteca que ocupaba las paredes del despacho. Un día me llamó y me informó de nuestro inminente traslado a Dinamarca. Desde entonces todo pareció cambiar vertiginosamente. Las ilusiones ante lo desconocido, el brutal choque al llegar a un mundo para mi tan diferente a cuanto antes había sido mi vida rutinaria, la austeridad de mi Colegio y mi diario camino hasta su edificio que aparentaba ser una hermosa catedral gótica…

Aquellos pasillos, sus amplios ventanales, sus clases con pupitres de madera, su gran pizarra….aquellos pasillos donde uno y otro día caminábamos en ordenadas filas hacia los patios del recreo o la solemnidad de las celebraciones religiosas, aquellos pasillos adornados con las orlas que contenían los miles de fotos de antiguos alumnos que habrían de obtener mayor o menor éxito en el viaje del resto de su vida, todo quedaría lejano, olvidado temporalmente por mí mientras recorría en mi bicicleta las calles silenciosas de Klampenborg con sus chalets ajardinados donde vivían gentes que parecían no existir, mientras yo pedaleaba hacia  la avenida orillamar y el bosque de hayas cercano . 

Un día decidí escribir una carta a Dios. En la pequeña habitación abuhardillada donde dormía escribí en un papelito el siguiente mensaje: “Dios, tú que todo lo puedes haz que Madeleine se cure…”. 

Metí el mensaje en una caja de cerillas y en mi bicicleta fui hasta el muro que separaba la carretera de la playa y en una grieta de sus piedras introduje el  mensaje.

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Conocí a Jan un día en que él intentaba correr sobre el asfalto de nuestra calle sobre unos patines de ruedas. Su casa no estaba muy lejos de la nuestra y fuimos a su jardín para ver una barca que estaba construyendo.

-Le pondré un motor y navegaré por el estrecho del Sund hasta Suecia-me dijo

Desde la playa podíamos ver la costa de Suecia los días sin bruma y me atraía la posibilidad de realizar  aquella travesía que  tenía proyectada. Jan tenía otra afición que pronto descubrí. Sentía una especial admiración por un escritor famoso que era también danés. Cuando no estaba trabajando en la construcción de su barca se quedaba sentado en su jardín a la sombra de un cerezo leyendo los libros del escritor que tanto admiraba. Aquella combinación de incipiente carpintero y ávido lector de filosofía me parecía inaudita, algo absurdo como producto de una imaginación desquiciada. Mientras remataba la proa de su barca me habló un día de la angustia , tema sobre el  que  había escrito el autor de aquel libro. 

Sobre la mesita de mi habitación conservé uno de los libros que me regaló Jan cuando apenas le quedaban unas horas de trabajo para terminar de construir la barca. Aquel libro estuvo allí mucho tiempo hasta que meses después comencé a leerlo.

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Durante años repetía los mismos pasos en mi trayecto hacia el Colegio, contemplaba los mismos escaparates, la puerta de la iglesia de los carmelitas ,las esquinas de las bocacalles , me paraba ante el puesto de la tía Cata a comprar alguna golosina y  poco después, subiendo una pequeña cuesta ,llegaba hasta el portalón del Colegio. Lo recuerdo más a menudo ahora, más frecuentemente y con igual nitidez  que cuando pienso en los días que iba desde desde mi casa en Dinamarca hasta la estación para coger el tren que me llevaba a Copenhague a la escuela donde estudiaba idiomas. En mi imaginación aquellos escaparates, aquellas bocacalles, aquel portalón de la iglesia se han transformado muchas veces en verdes setos, en casas con jarrones con flores en las ventanas , en jardines siempre vacíos con amplios espacios de césped bajo un cielo de un azul desvaído…

No hace aún mucho tiempo he regresado a la playa donde de niño pasé muchos veranos. Un día algo más caluroso de lo habitual creí ver algo imposible.Un hombre empujaba sobre la arena endurecida que había dejado la bajamar una silla como la de Madeleine. Se fue acercando poco a poco y pude distinguir a otra niña en él. Su pelo era  de color oscuro y su cabeza apoyada en una mejilla parecía perder su mirada en la lejanía del mar. Sentí el deseo de acercarme hasta ellos, de hablarles  pero se fueron alejando mientras yo, inmóvil,les contemplaba hasta que desaparecieron.



                                                 III

Un destino ocasional de las excursiones en Dinamarca  con mi padre fueron los acantilados de la Isla de Mön.  Su altura inusual en el paisaje danés y el blanco colorido de sus paredes  tenían una fuerza que contrastaba con la dulzura y suavidad de las colinas danesas. Ahora me encuentro una vez más al borde de una de estas paredes que acaban entre el agua y las rocas de este mar hoy oscuro y prisionero de una neblina que se va extendiendo. No hace aun más de  unas horas que a mi regreso del castillo de Frederiksborg caminaba por la Vesterbrogade de Copenhague y oía al pasar junto a la entrada del Tívoli el bullicio del parque y escuchaba  los gritos de las personas que montaban en la montaña rusa. 

Fue en el  Tivoli donde conocí a Emanuel. Había ido con una amiga danesa una tarde de finales de verano y nos habíamos  parado ante un carromato  donde se vendían salchichas. Yo le decía unas palabras en español a mi amiga cuando escuché la voz de alguien a mi lado haciéndome ver que el también hablaba en mi idioma. Tenía un acento especial en castellano y nunca llegué a saber exactamente el país del que era originario. El total hermetismo de él respecto a sus datos personales era lo que le caracterizaba. 

 El encuentro con Emanuel supuso el comienzo de una gran  amistad en aquella época en que la estancia de mi padre se había prolongado durante ocho años en Copenhague y yo había cumplido ya los veinte. En casa de Jan, que ya había terminado la construcción de su barca, solíamos reunirnos y bien tomando un café o unas cervezas  discutíamos a veces de temas que nos brindaban nuestras diferentes personalidades…Jan nos habló de la historia amorosa de su escritor favorito. Aquel filósofo renunció a la mujer que tanto quería dando fin a su su compromiso matrimonial con ella pues pensaba que su continua  preocupación por la existencia  no podría darle a ella la felicidad. Curiosamente aquella joven en la vida del filósofo se apellidaba Olsen igual que Madeleine.

Mi opinión entonces era que el amor profundo y verdadero no era el que solo implicaba el cariño ,entendimiento y atracción física reforzados con la íntima fusión sexual entre dos personas. En tal afirmación yo reconocía que tenía que haber algo más que faltaba , alguna cualidad que no supe expresar  y por tanto consideraba muy incompleta mi teoría.

Fue entonces cuando  Emanuel , al darnos su opinión mencionó el verdadero significado que, según él , tenía la palabra amor. El veía esta palabra como una definición de algo ilimitado, como la capacidad de un sentimiento universal y no restringido  tan solo a relaciones de afecto, cariño, respeto,  entendimiento y deseo sino que debía incluir dos conceptos bien fáciles de comprender que son la caridad hacia todo lo que significaba  vida así como una infinita bondad . Pero que  esto se generalizara entre todas las personas parecía una utopía en un mundo sujeto a tantos desacuerdos, envidias y ambiciones. Era pues imposible en el ambiente material en que transcurre nuestra vida y quedaba limitado tan solo a algunas personas.  Aquella opinión de Emanuel me había impresionado. Sentía desde entonces un cierto respeto por  él y mi curiosidad acerca de detalles de su  vida que nunca nos había contado se acrecentó.


                                   

                                                         IV


La familia de Jan vivía en aquel chalet de Klampenborg desde hacía muchos años. La ocupación alemana de Dinamarca les había sorprendido en él y tuve ocasión, hablando con sus padres de escuchar experiencias vividas por ellos que me contaron relativas a aquella difícil época. Una de ellas se refería al Sr.  Joseph Olsen , el padre de Madeleine. Me dijeron  que había pertenecido al grupo de daneses que ayudaron a los judíos que habitaban por aquella época en Copenhague a cruzar el estrecho del Sund hasta Suecia. Un día el padre de Jan había observado cómo dos hombres se habían apostado en las esquinas de las bocacalles cercanas a la casa del Sr. Olsen. Le pareció ver algún arma en sus manos y su intuición le hizo ir rápidamente a la cercana estación a la que llegaba todos los días el Sr. Olsen proveniente de su lugar de trabajo en Copenhague para avisarle del peligro. El padre de Madeleine regresó a Copenhague donde estuvo escondido algún corto espacio de tiempo pues a los pocos días de esta incidencia Dinamarca fue liberada.

Aquel relato me hizo pensar inevitablemente en la crueldad del Destino que había permitido que aquel hombre que había desarrollado una labor tan peligrosa y noble para salvar a otras personas hubiera visto que, a poco de terminar la guerra, la pequeña Madeleine sufriera la desgracia de su enfermedad. Cuando se lo conté poco después a Emanuel este se quedó callado y me extrañó que no hiciera ningún comentario al respecto.

Una tarde de verano había ido con Jan y Emanuel hasta el pequeño puerto de Skovshoved situado junto a la carretera orillamar no lejos de mi casa. En él se veían numerosos barcos , la mayoría de vela. Yo había constatado anteriormente la afición de los daneses por navegar y había comparado los días de fiesta las aguas del estrecho del Sund pobladas con el blanco de decenas de velas con el desierto espacio de mar frente a  algunos puertos deportivos de España  en Domingos y días festivos. Era una sensación extraña ver en mi país todos aquellos barcos inmóviles en sus atraques en los puertos del Mediterráneo o del Atlántico.

Aquella tarde Jan nos dio la noticia :

-Dentro de unos días iremos a navegar en mi barca.

Mientras yo le mostraba mi alegría Emanuel no parecía muy entusiasmado  con tal anuncio.

Aquella discrepancia de opiniones terminó con la decisión de Emanuel de no acompañar a Jan en la botadura de su barca y consiguió también convencerme para contemplar tal evento desde  el puerto. Jan ,decepcionado por nuestra deserción llamó entonces a su hermano pequeño Ole para que fuera su acompañante.

Equipados convenientemente con sus chalecos salvavidas Jan y su hermano procedieron a la botadura de su barca a la que Jan había bautizado con el nombre de “Miss Kate”

Aquella aventura de los dos hermanos y su tan esperado estreno no tuvo un final feliz. En medio del estrecho entre Dinamarca y Suecia su barca naufragó y  afortunadamente pudieron ser rescatados de aquellas aguas frías. Jan nada más reponerse del incidente no tardo en asegurarme que comenzaría un nuevo proyecto de construcción. Una nueva barca más grande y más segura con la que me dijo podría hacer travesías a lugares más lejanos.


                                                                                   V

A mi casa de Madrid venía Paco a estudiar alguna vez conmigo.  Paco era un compañero de clase que siempre iba impecablemente vestido.Allí en mi habitación me  miró un día fijamente a los ojos y me dijo:

-Tu morirás joven-

Aquella profecía de Paco me impresionó y la he recordado muchas veces a lo largo de mi vida pero los años han ido pasando y el contenido de la misma ha demostrado estar totalmente equivocado. Otro buen amigo del colegio  me informó que Paco, al que yo no volví a ver desde mi entrada en la Universidad murió relativamente joven en un país de América Central. Pienso que en esta lotería de la vida hay como una misteriosa y totalmente desconocida fuerza que mueve el hilo de nuestra existencia. Un famoso físico británico postrado también en una silla de ruedas casi toda su vida hablaba de la creación del mundo y del azar y acababa sus últimos escritos rechazando la idea de una voluntad divina. Esta incógnita no ya de la duración de nuestra vida sino de todo cuanto nos sucede a lo largo de ella a cada uno de nosotros puede ser porque, aparte de tener un libre albedrío para tomar decisiones que serán más menos acertadas, haya algo que desconocemos y que quizá haya marcado nuestro Destino desde que venimos al mundo. No defiendo esta teoría y soy escéptico por falta de conocimiento pero me planteo a menudo distintas posibilidades sobre nuestra existencia siendo consciente de la falta de explicación final y satisfactoria con la que terminan mis pensamientos. Otras personas opinan que en la Fe está la respuesta y en general todos creemos que nuestras conclusiones son las más acertadas. 

Jan me intentó explicar en varias ocasiones cuanto sobre la existencia opinaba su filósofo favorito. Un día me recordó que aquél escritor tenia un apellido que en danés significaba cementerio. Pensé que ese nombre era muy apropiado para una persona que tanto hablaba de la angustia y de la existencia del hombre. Jan me habló del amor que sintió Kierkegaard, pues este era su apellido en danés, por una joven llamada Regina que también, al igual que Madeleine , se apellidaba Olsen. A pesar de romper su compromiso matrimonial nunca la dejó de querer y ella aunque se casó con otro hombre guardó siempre en su corazón el mismo sentimiento que él.

Aquella historia me gustó e incluso me hizo darme más cuenta aún de que lo que yo sentía por Madeleine era una forma de caridad, solidaridad en su enfermedad y bondad tal como nos había comentado Emanuel. Ahora cuando recuerdo aquella época y en particular las palabras de Emanuel creo que con ellas expresaba también el amor que llegó a sentir por ella y que reunía todas las cualidades que él había mencionado. Un amor sin connotaciones sexuales en el que predominaban los componentes de bondad y caridad. Era pues la confirmación a cuanto se había comentado en nuestra discusión  el día en que reunidos con Jan discutimos sobre el concepto del amor. Bien es cierto que en esa palabra, siendo solo una,  caben distintas formas y una de ellas es la de lo que originalmente nos  sucede en la juventud en la  que el componente de atracción física juega un papel importante y que con el tiempo crea un lazo vigoroso que une todos los conceptos expresados por Emanuel acentuándose un profundo cariño. 


                                  VI


Una tarde fui con Jan y Emanuel al cercano parque de atracciones del Bakken en el parque de Dyrehaven. Habíamos ido caminando pues no se encontraba lejos de mi casa de Klampenborg. Poco antes de llegar a la entrada vimos al Sr. Olsen que, empujando la silla de Madeleine, se dirigía a la cercana carretera que bordeaba el mar. Cuando nos cruzamos con él se detuvo un momento a saludarme. Mientras Jan y yo  hablábamos  brevemente con el Sr. Olsen Emanuel contemplaba a Madeleine y creí ver en su rostro una expresión de tristeza. 

 Un grupo de chicos y chicas pasó junto a nosotros cantando alegremente. Emanuel siempre cercano a la silla de Madeleine agarraba ligeramente la mano de ella que detenía sus movimientos  incontrolados. De lejos y provenientes del Bakken nos llegaba el ruido de la música y los murmullos de la gente que se divertía. Yo , contemplando a Madeleine que parecía tener una expresión de tranquilidad en su rostro, sentí una especial sensación de plenitud y recuerdo muchas veces  esos momentos felices de nuestra excursión.                                                             

En una estancia en Madrid por el motivo de las vacaciones de mi padre que le permitían disponer de tiempo para volver a España ,un amigo de él que era escritor  vino un dia a visitarnos a nuestra casa. Yo sentía cierta admiración por él. Le escuchaba siempre hablar con mucha atención pues me parecían muy interesantes sus afirmaciones y comentarios. Inesperadamente surgió un tema que captó mi atención inmediatamente. Durante la comida a la que le habíamos invitado se interesó por diversos aspectos de la vida en Dinamarca. Le preguntó a mi padre si había leído algún libro del filosofo danés tan admirado por Jan. Me sorprendió comprobar los conocimientos que a tal respecto demostró mi padre. La conversación derivó posteriormente a un comentario sobre la película Ordet que en danés significa La Palabra. Sus opiniones suscitaron mi curiosidad y deseos de verla y pude conseguirlo cuando a los pocos días regresamos a Dinamarca. Ha recibido críticas encontradas pero se considera una de las obras maestras del cine y yo pensé al verla que lo importante en esa película era el mensaje que contenía relativo a la Fe de los creyentes independientemente de su desarrollo quizá lento y envarado por parte de sus protagonistas en algunos momentos.  Era consciente después de una larga estancia en Dinamarca del ambiente religioso de siglos pasados que hubo especialmente en  las aldeas y que se podía comparar con el de nuestro país también en épocas pasadas . El mundo desde el siglo XX hasta los momentos actuales ha experimentado un cambio considerable respecto a creencias y costumbres y esto se acentúa aún  más con la llegada del mundo digital. La contención positiva por parte de la Iglesia de conductas negativas de las personas  se ha debilitado en proporción a la creciente duda de bastante gente  sobre algunas de las creencias que predica. 


                          VII


Próximos a la Navidad Jan nos propuso a Emanuel y a mí ir a visitar a los Sres. Olsen y llevarles un obsequio a ellos y a Madeleine. La amistad de los padres de Jan con sus vecinos nos hacía estimar que podíamos  realizar tal visita.

Equipados con flores y caja de bombones fuimos a su casa y el Sr. Olsen nos recibió con agrado y nos pasó a un salón que en un extremo daba a una pequeña galería acristalada con vistas a su jardín. Allí en un sofá, cubiertas sus piernas con la manta de colores que ya conocíamos estaba Madeleine. Su cara se intentó mover hacia nosotros y sus ojos parecieron contemplarnos por unos momentos. Emanuel se acercó a ella y cogiéndole una mano pareció susurrarle algunas palabras. Madeleine permaneció tranquila desde aquel momento sin movimientos espasmódicos  y nosotros sentados alrededor de una mesita donde la Sra. Olsen nos había traído café conversamos durante algún tiempo con ella y su marido.

Al terminar nuestra visita y ya en la calle, Jan y yo coincidimos en nuestra pregunta a Emanuel.

-Qué le has dicho a Madeleine cuando le enseñaste las flores?

Emanuel sonrió levemente y nos contestó:

-Lo mismo que hubierais dicho vosotros si ese momento vuestras palabras estuvieran dictadas por la piedad.

Aquella contestación más propia de un predicador que de un joven de nuestra edad nos dejó sorprendidos y sin argumentar más con Manuel seguimos hacia nuestras casas.

Ya en mi habitación cogí el libro que me había dado Jan unos días antes y comencé a leerlo. En aquella época del año la noche  se hacía eterna en Copenhague. Poco más de las tres de la tarde reinaba la oscuridad y yo desde mi habitación apenas podía distinguir los árboles del jardín. Contemplaba el firmamento y veía los numerosos puntitos luminosos de las estrellas. Había un silencio total en el barrio y antes de quedarme dormido  recordé a Madeleine en su sofá de la galería y a Emanuel ligeramente inclinado hacia ella  enseñándole unas flores y susurrándole unas palabras.




                                 VIII

Jan vivía feliz empeñado en la construcción de su nueva barca, en sus paseos en patines por las tranquilas calles del barrio y en su afición por la lectura de su escritor favorito. En mis conversaciones con él junto al cerezo del jardín de su casa o en la playa de Bellevue me fue contando detalles sobre su familia y en particular un hecho que tanto a él como sus padres les producía una gran tristeza. Me dijo que además de Ole tenía una hermana mayor llamada Marian que, hacía ya tiempo había abandonado la casa y no mantenía ningún contacto con ellos. Sabían que vivía en un barrio de Copenhague pero la relación entre ella y especialmente Jan era inexistente. No llegó Jan a decirme cuales fueron los motivos por los que Marian tomó aquella decisión hasta que pasados ya bastantes años regresé una vez a Dinamarca en una rápida visita de trabajo y fui a saludarle. 

El tiempo parece curar a veces bastantes heridas pero a pesar de ello algunas no acaban nunca de cicatrizar por completo. A lo largo de mis años de vida he visto un buen número de situaciones lamentables que sufren los entornos familiares. Creo que la pérdida de ilusión y las controversias económicas son unas de  las mayores causas de tristeza entre las personas.Todo cuanto empezó los días alegres de un encuentro entre una pareja, su amor  y sus proyectos de vida se desmorona en muchas ocasiones por causas originadas por esas mismas personas o de otras a ellos cercanas. Ser yo mismo actor en alguna situación negativa me ocasiona una gran tristeza ya que el tiempo nunca se recobra y solo podemos rectificar y compensarlo con actitudes distintas. Esto creo que ennoblece a las personas y abre un nuevo camino de felicidad en el transcurrir de nuestra existencia. 

 En el caso de Jan las desavenencias familiares entre Marian y el resto de la familia, especialmente con Jan, tuvieron su origen por decisiones  económicas no  imputables a mi amigo sino a su abuelo y cuando Jan completó su historia sentí una gran sensación de tristeza y rechazo. El hecho de que Marian no rectificara su proceder con su hermano me hizo dudar de los buenos sentimientos de ella. 

Poco a poco iba yo descubriendo lo que  en la vida de mis amigos podía ser motivo para su felicidad o su pesar y que pienso determinaban su carácter y posición ante el camino que tenían por recorrer. De ellos el que más me intrigaba era Emanuel, siempre muy cuidadoso en no revelar detalles de su familia y que siempre inspiraba una gran sensación de serenidad.  


                                            IX


Le comenté a Emanuel acerca del libro que  Jan me había regalado. Quedé sorprendido cuando demostró  tener un gran conocimiento  del escritor y su vida. Su opinión acerca de la decisión de Kierkegaard al dejar a Regina por la convicción de que no podría hacerla feliz por su continua preocupación por la existencia  coincidió conmigo en cuanto me dijo que siendo muy respetable la misma, sin embargo no había tenido en cuenta el escritor el profundo amor que ambos compartían y precisamente por esa libertad que el filósofo consideraba en sus libros que el hombre tenía para actuar como sólo el decidiera y entendiendo al amor como una de las más excelsas cualidades del hombre había ,a pesar de ello, renunciado equivocadamente a compartirlo con ella.

Yo opinaba que quizá su decisión tenía un punto de egoísmo pues el hecho de romper su compromiso aunque pareciera  dictada por el miedo a no poder hacerla feliz por su melancolía y  sus profundas consideraciones sobre la existencia sin embargo le permitían dedicar su vida por entero a la obra a la que se dedicaba. Puede esta ser una consideración mía equivocada pero no he podido sino pensar en ella a veces aunque admitiendo que el entorno  y las creencias religiosas del escritor en aquella época ejercieron una profunda influencia en sus decisiones. 

Emanuel me insistió en el hecho de que ese concepto de amor había persistido siempre en ellos y Regina  a pesar de llevar una vida feliz en su posterior matrimonio con Schlegel se lo hizo saber con su mirada en encuentros casuales en una calle de la ciudad poco antes de morir el escritor a los cuarenta y dos años.

No tardé en comentar esto a Jan una tarde en que después de una pausa en su tarea de construcción de la barca charlamos en el jardín de su casa. Jan no estaba de acuerdo conmigo e insistió en que la decisión del escritor fue de una gran generosidad para con Regina.



                                         X


Durante una estancia prologada en España a donde había regresado para atender mis exámenes en la Universidad recibí una carta de Jan en la que informaba que el padre de Madeleine había fallecido. Parece ser que fue durante la noche cuando murió sin manifestar ninguna muestra de dolor. Según escribió Jan en su carta ”el Sr. Olsen se fue de este mundo dulcemente mientras dormía”. Al mismo tiempo Jan me hacia una revelación que me sorprendió vivamente. Durante los actos religiosos posteriores al fallecimiento de nuestro vecino mi amigo se había enterado de que el Sr. Olsen era el padre adoptivo de Madeleine. Parece ser que fue adoptada cuando apenas tenía unos meses pero Jan desconocía los detalles de dónde y de quién procedía la pequeña.

Jan me comentó también que Emanuel se había ofrecido a pasear a  Madeleine y ayudar a su madre en su cuidado en todo cuanto pudiera. No me sorprendió esto ya que, cuando Emanuel , Jan y yo habíamos  ido a visitar a Madeleine esta pareció estar mas sosegada cuando Emanuel le habló con una dulzura especial.

Con el beneplácito de la Sra. Olsen Emanuel solía ocuparse de que Madeleine continuara sus paseos por los alrededores de Klampenborg con su ayuda.


 A mi regreso a Dinamarca Jan me comunicó entusiasmado que había terminado de construir su nueva barca y no tardó en invitarme a ir a su casa para enseñármela. Me quedé gratamente sorprendido al verla. Era de considerables proporciones y ocupaba un buen espacio del jardín.  Su nombre en letras azules nos anunciaba que se llamaba “Miss Kate 2 “ y consideré que por sus dimensiones era más bien un bonito barco.

Jan nos invitó a la celebración del bautizo de su navío y en su jardín se encontraban también sus padres  y la madre de Madeleine a quien Emanuel había ido a buscar. Recuerdo aquellos momentos como algo muy especial. Nos habíamos reunido unas personas que teníamos en común la amistad aunque cada uno con sus sentimientos  en aquel momento de su vida afectados por situaciones muy diferentes, la alegría de Jan matizada por las dudas que le causaban la lectura de sus libros , el dolor nunca superado de la Sra. Olsen por la muerte de su marido y la enfermedad de Madeleine, el singular hermetismo de Emanuel en cuanto a su vida se refería y el continuo conflicto  en que se encontraba  mi  opinión y preferencias sobre  la forma de vida  de los dos países en que durante tantos años estaba transcurriendo  mi vida.

Fueron unos momentos alegres, Jan nos habló de sus proyectos viajeros a bordo de su barco, la Sra. Olsen en un momento de la celebración pronunció unas palabras de recuerdo a su marido que todos aplaudimos, Emanuel  se mostró más abierto a la conversación  de lo que era  habitual en él y yo asistía complacido a todo ello sin poder evitar de vez en cuando recordar momentos también festivos pero en el diferente escenario de mi país nativo.


                                  XI

Jan y yo coincidíamos en la opinión que teníamos acerca de Emanuel. Le considerábamos un buen amigo cuyo carácter nunca ocasionaba situaciones incómodas y su deseo de ayudar siempre en cuanto pudiera lo había culminado con la dedicación a Madeleine, tarea esta que, como ya he dicho, contaba con la aprobación de su madre. Sin embargo había algo que nos intrigaba tanto a Jan como a mi  y era la falta de información que teníamos acerca de la vida de Emanuel, de su familia, de su país y de los pormenores de su entorno familiar en Dinamarca y a todo ello se añadían sus contestaciones que siempre, con una sonrisa, terminaban siendo más bien evasivas. Decidí proponer un plan de actuación a Jan para averiguar alguna de aquellas interrogantes que nos preocupaban.

Mi idea consistía en seguir algún día a Emanuel cuando se despidiera de nosotros y seguirle hasta que pudiéramos por lo menos  averiguar más detalles acerca de donde vivía o que lugares frecuentaba. Emanuel se desplazaba en  bicicleta, medio de transporte muy utilizado en Copenhague. Seguimos a Emanuel a una prudente distancia en nuestras bicicletas  hasta la Bernstoffvej calle situada no muy lejos de Klampenborg. Un inoportuno semáforo nos detuvo en un cruce cercano a la Iglesia de Santa Teresa y perdimos de vista a nuestro amigo. No logramos a pesar de nuestros intentos localizarle y ante tal fracaso abandonamos su seguimiento. 

………………………………………………………………

El invierno  se hacía notar en Copenhague.En aquellos años eran frecuentes intensas nevadas y un día que hacía un intenso frío recibimos una triste noticia. Mi madre a la sazón en Madrid había sufrido un ataque al corazón  y se encontraba muy grave. Nos apresuramos mi padre y yo a regresar urgentemente a la capital de España y al llegar a nuestra casa lo primero que ví fue a  mi madre muerta sobre la cama de su dormitorio.Sobre la colcha verde del lecho dormía un sueño del que nunca despertaría. A la noche siguiente a su entierro le dije a mi padre que para acompañarle me quedaría a dormir en su habitación y así lo  hice ocupando la cama contigua a la de mi padre. Lo que sucedió aquella noche me causó tal impresión que lo he recordado numerosas veces a lo largo de mi vida. Sentí la presencia de mi madre que pronunció unas palabras que han tenido una gran influencia en mi percepción  de la vida desde entonces. Fue quizá una pesadilla, un sueño que pareció ser algo real y pienso que así debió ser pero a pesar de ello siento una especial sensación  cada vez que lo recuerdo. Parece ser que este hecho sucede a bastantes personas que han pasado por igual triste momento al que yo tuve a mi regreso a Madrid. Puede ser que el haber sufrido un día antes la muerte de un ser querido provoque estos delirios de nuestra mente. Por mi parte  siempre lo conservo muy presente  en mi memoria. 



                                     XII

                                

Paco me llamó pocos días después. Nos encontramos en una cafetería cercana a mi casa y no tardó en contarme con cierto entusiasmo sus proyectos para el día que terminara sus estudios. Había decidido irse a un país de América del Sur donde le habían hablado de algún negocio que había despertado su interés. Conociendo yo  el carácter fantasioso y algo alocado de mi amigo le aconsejé fuera prudente en sus decisiones y no dejara de sopesar todas las situaciones en que pudiera encontrarse considerando siempre con calma cualquier proyecto que se le propusiera.

Nos despedimos deseándole yo mucha suerte en sus futuras aventuras. No volvería a saber de él hasta transcurrido  ya bastante tiempo por una noticia  que me llegó a través de un compañero del colegio y que me impulsó a realizar una investigación personal de los sucesos que aquella información relataba.

Decidí llamar a un familiar suyo para conocer más detalles sobre el fallecimiento de Paco. Su explicación no fue muy prolija y más aún cuando yo había recibido de la Agencia de viajes una información que me hacía saber que la muerte de Paco se debió a extrañas circunstancias. No tardé en llamar por teléfono al hotel de la ciudad en que se hospedaba Paco donde me hicieron saber que una tarde después de haber comido en el restaurante y  nada más salir a la calle adyacente había sido atropellado por un automóvil que se dio a la fuga. 

“Tu morirás joven….. me había dicho Paco años antes y pensé que aquellas palabras se reflejaron en él como en un espejo y que su pretendida profecía no había hecho sino comunicar que sería él  quien tendría una prematura muerte.



                                  XII


Madeleine parecía cambiar la expresión de su rostro cuando Emanuel, pidiendo a Jan permiso para llevarla en su barco para cortas navegaciones por el Sund, iba a recogerla a su casa para trasladarse hasta el puerto de Skoshoved donde se encontraba atracada la nave. La Miss Kate 2 había demostrado además de su bonito acabado tener también buenas cualidades para la navegación. 

Emanuel acreditó ser un buen patrón con todos los permisos en regla. Jan y él formaron un magnífico equipo de navegantes que confirmaban la fama que de buenos marineros tenían los daneses .Yo acompañé ocasionalmente a los tres en alguna de sus excursiones y recuerdo especialmente una en la que habiendo llegado hasta una pequeña isla cercana a la costa del Norte de Selandia decidimos atracar y realizar en tierra un picnic para el que nos habíamos provisto de alimentos en nuestra casa.

Avanzada ya nuestra comida oí la voz de Jan que con cara compungida nos decía:

-Amigos, no hay más bebida…

En aquella pequeña porción de tierra deshabitada no  había lógicamente ningún lugar donde conseguir alguna botella de los refrescos que solíamos consumir.  Entonces Emanuel se dirigió hasta el barco y de un pequeño rincón en la popa sacó un envoltorio que nos entregó a Jan y a mí y que para nuestra sorpresa contenía unas botellas de agua mineral. Nuestro asombro fue mayor en cuanto en ningún momento habíamos reparado al comienzo de nuestra singladura en aquella bolsa que Emanuel nos había proporcionado. El semblante de Madeleine pareció esbozar una sonrisa. Jan y yo tardamos en recuperarnos de nuestra sorpresa y finalmente, todos, hasta la misma Madeleine pareció acompañarnos en aquella alegría y continuamos disfrutando de nuestra excursión de día de verano en las aguas del estrecho que separa Suecia de Dinamarca.


                                        XIII


La utilización del barco de Jan se incrementaba durante los meses de verano y primavera y casi siempre Emanuel, con el permiso de la madre de Madeleine la traía al barco y ella se mostraba tranquila y con un semblante feliz parecía disfrutar de aquellos pequeñas aventuras.

 Sin embargo todo cambió inesperadamente.

Jan se presentó en mi casa con su semblante alterado  cuando finalizaba la tarde de un día de septiembre. Me explicó que Emanuel le había pedido que le dejara el barco para un corto paseo cerca de la costa. La noche se acercaba y aun no habían regresado. Inmediatamente pusimos este hecho en conocimiento de la guardia costera y junto a la madre de Madeleine permanecimos en su casa espera de noticias. Transcurrieron las horas y nadie pudo aportar información alguna que pudiera informarnos sobre la desaparición del barco. Inútiles fueron cuantas pesquisas e investigaciones a lo largo de  la costa se hicieron por parte de los organismos correspondientes. Las indagaciones se extendieron a cuanto pudo averiguarse sobre Emanuel y sus actividades y la pobreza de la información obtenida nos sorprendió todos. La vida de Emanuel con anterioridad a su presencia en Dinamarca parecía inexistente. Ningún dato pudo obtenerse a este respecto. Los sondeos en el estrecho así como la búsqueda de posibles testigos  que pudieran haber visto al barco y sus pasajeros aquel día de septiembre dieron finalmente resultado. La barca de Jan había aparecido en la playa de Vedbaek  y en ella se encontraba la silla de Madeleine así como la manta con la que solía abrigarse.

Al poco tiempo de la desaparición de Madeleine y Emanuel tuvo lugar un hecho que me agradó profundamente. Jan me comunicó que su hermana Marian había venido inesperadamente a visitarles. Habían transcurrido muchos años sin haber tenido comunicación con ella y  en aquella visita notaron un sensible cambio en su carácter. Les dio a entender su arrepentimiento reconociendo haber estado equivocada al juzgar situaciones que en ningún caso habían sido motivadas por decisiones de sus padres ni por su hermano.  En casa de Jan pude observar cuánta felicidad aportó aquel inesperado cambio de actitud por parte de Marian a aquella bondadosa familia. Desconozco lo que pudo ocasionarlo y tardé mucho tiempo en creer entender cuál pudo ser la causa del mismo.


Meses después de este suceso llegó el momento de dejar nuestra residencia en Dinamarca. Dejaba tras de mí una sólida amistad con Jan y su familia así como con la madre de Madeleine. Quedaban ya para el recuerdo los días alegres de la primavera y el verano en Selandia así como las interminables noches del invierno. Quedaba sobre todo ello el recuerdo de Madeleine y podía sentir aún al recordarla mi tristeza ante la impotencia de no poder haber hecho nada para verla liberada de aquella silla a la que estaba condenada su vida.  

Llevé conmigo en mi retorno a España los libros que Jan me había ido regalando. Viví con ellos la desilusión de Regina al ver rota su ilusión de compartir la vida con el escritor a quien tanto quería.  Intenté comprender a través de las profundas consideraciones  de Kierkegaard sobre la existencia de las personas los motivos que le indujeron a la ruptura de su compromiso con Regina pero no he llegado nunca a  aceptarlos. 

De Emanuel me quedó la incertidumbre de cuanto pudo haber sucedido aquella tarde de su desaparición con Madeleine y aún considerando como lo más probable la posibilidad del naufragio     del barco y el ahogamiento de mis amigos no puedo impedir una permanente duda al respecto.                                      



                                 XIV


Ya en Madrid se fueron sucediendo en el tiempo las diferentes etapas que por motivos de mi profesión relacionada con el  comercio exterior  me llevaron a viajar frecuentemente. El hecho de hablar el danés  ocasionó que fuera designado por la Empresa en que trabajaba como responsable de nuestra actividad comercial con Dinamarca. Desde el regreso a España con mi padre hasta esos momentos de mi actividad profesional no había regresado a Copenhague. En aquellos años de. paréntesis de contacto con Dinamarca nunca dejé de recordar frecuentemente todo cuanto en relación con mis amigos y Madeleine había vivido en aquel país escandinavo  y siempre sentí una profunda nostalgia motivada por tenerlo siempre muy presente en mis sentimientos. Llegó  finalmente el  día en que debido a mi trabajo tuve que viajar a Copenhague. En el tren de cercanías me trasladé hasta la estación de Klampenborg. De nuevo estaba en aquella calle enfrente de la casa en que había vivido años antes. Nada había cambiado exteriormente salvo la desaparición del poste en que solía apoyar mi bicicleta. Me reencontré con el silencio de aquel barrio, de sus casas con cuidados jardines y de sus peatones ocasionales . Extrañamente y después de permanecer durante algún tiempo parado contemplando mi antigua casa abandoné el lugar. No fui a casa de los padres de Jan, no llamé a la puerta del antiguo hogar de Madeleine. Desconocí por tanto cuanto había sucedido con mi amigo, con la madre de Madeleine, con todo cuanto había sido una parte importante de mi vida durante los años vividos en Klampenborg.

A qué se debió esta decisión? Pienso que fue el miedo a conocer lo que  el paso del tiempo y su crueldad podían haber ocasionado  en aquellas personas, miedo a revivir unos momentos que en aquellos lejanos días de infancia y adolescencia fueron felices y también no exentos de la tristeza y el  sentimiento que sentí por Madeleine.

Después de esta visita a mi antiguo barrio decidí ,terminadas ya mis ocupaciones profesionales, visitar el Museo Nacional de Historia en el castillo de Frederiksborg. Siempre admiré la belleza tanto del entorno en que se encuentra como del propio edificio y lo recuerdo siempre como uno de los mas bellos castillos que he visitado.

En una de sus salas me paré a contemplar el cuadro de Carl Enrich Bloch “El entierro de Jesús”. Mi vista fue recorriendo  la escena que representó el pintor. Estoy contemplando el cuadro  en esta bella ciudad nórdica sin apenas poder reaccionar ante mi sorpresa al ver aquellas caras de los protagonistas de la escena que representa. Las figuras que en silencio contemplan el cuerpo de Jesús, sus expresiones en las que se refleja un profundo sentimiento de dolor por su crucifixión y muerte  , el fondo oscuro donde se adivina la entrada del sepulcro …pero por encima de todo ello mi atención se fijó en el rostro de María Magdalena que cubierta con una túnica parece reprimir el llanto. En aquel semblante me pareció ver las facciones del rostro de Madeleine ,lejana ya en el tiempo de mi pasado pero que yo siempre recordaba con ternura. Al cabo de un buen rato de estar ensimismado por la contemplación de la pintura reaccioné y me convencí a mismo de que la coincidencia  que creí notar en aquel rostro no podía ser sino un producto fantástico de mi mente.

 Aquellas caras me hacen revivir los recuerdos de dos personas que  hace ya muchos años conocí en Dinamarca. Están ahí inmóviles, prisioneros del marco de esa pintura, sus caras son las mismas y  tengo la sensación de  que en cualquier momento  me hablarán.  Reacciono finalmente y me digo a mismo que eso es imposible, que el cuadro fue pintado hace más de cien años y los protagonistas que representa son de una época aún mucho más lejana….…..

Salgo del museo y en mi coche conduzco a través de estos campos de esmeralda hasta llegar a la isla de Mön. De nuevo , como hice tantas veces hace muchos años, contemplo sus acantilados blanquecinos y las aguas oscuras. del mar hoy respetadas por  la bruma.

Un día antes de mi regreso  a España decidí ir a la iglesia de Santa Teresa hasta la cual habíamos seguido años antes a Emanuel. Me recibió un sacerdote dominico que dijo llamarse Aegidius. Le expliqué que el motivo de mi visita era la curiosidad que sentía por saber si mi amigo Emanuel  tenía en aquella época alguna relación con la Iglesia  o alguno de los sacerdotes que por entonces allí se encontraban. 

El padre Aegidius me dijo que aunque él por aquella época lejana se encontraba ya en la iglesia de Santa Teresa no conoció a nadie que con el nombre de Emanuel les visitara.



                                    XV


 De nuevo en Madrid tuve ocasión de ver  al señor Pedro S, escritor amigo de mi padre al que tanto me había agradado escuchar en anteriores visitas.Sus opiniones siempre basadas en un profundo conocimiento de los temas que se trataban me habían impresionado y sentía deseos, ante la oportunidad que me brindaba su visita, de poder preguntarle  acerca de algunos de los aspectos que en relación con mis amigos daneses me seguían intrigando. En la distancia, transcurrido ya un tiempo desde que abandonamos Dinamarca, no había dejado de pensar en la desaparición de Emanuel y Madeleine y en el empeño de Emanuel en evitar contar detalles acerca de su vida hasta que nos conoció y quería también  escuchar la opinión del escritor sobre Kierkegaard y los motivos del filósofo danés para abandonar a su querida Regina. 

Transcribo a continuación cuanto me contestó Pedro S.:

“Parece haber un cierto matiz de misterio en la relación que me has comentado con vuestro amigo Emanuel. Igualmente su trato hacia Madeleine demuestra una gran solidaridad en su enfermedad y desde luego le acompañan virtudes como la piedad y la caridad. En cuanto al misterio del entorno sobre Emanuel puede tener dos motivaciones, una negativa como la de ocultar un pasado reprochable y otra positiva que francamente es difícil de poder adivinar  y que solo una investigación más precisa podría determinar. Yo creo, amigo mío, que muchas veces el tiempo viene en nuestra ayuda y nos descubre algunas incógnitas que pueden habernos intrigado. Existen a lo largo de nuestra existencia  mensajes ocultos que generalmente  no llegamos a captar. Se encuentran en situaciones, objetos  y momentos que parecen rutinarios en nuestra vida pero que si llegáramos a descubrir su verdadero  significado nos darían una excelente información acerca de hechos que pueden ser determinantes en nuestro futuro. Pienso que tú, en este caso, tendrás en  próximas ocasiones alguna posible revelación acerca de la desaparición de Emanuel  con Madeleine y  de todo cuanto ahora desconoces.”

Sobre Regina y Kierkegaard su comentario, bien que, en cierto modo de acuerdo conmigo en que pudiera considerarse una parte de egoísmo en la decisión del filósofo de romper su compromiso con ella, por otra parte el escritor me hizo hincapié en que si pudiéramos ahondar en la mente del filósofo, en sus más íntimas convicciones  quizá descubriríamos que por el contrario su decisión pudo ser una gran ejercicio de generosidad  por ser fiel a la idea de  que sus consideraciones sobre la existencia humana que quizá  le atormentaran a lo largo de su vida podrían haber sido motivo para no poder  dar a Regina la felicidad que él ,por su amor  hacia ella, creía que la joven  merecía.

Así pues mi admirado escritor había encontrado un cierto matiz de misterio en cuanto a la vida de Emanuel se refería. Aquella opinión que el escritor en ningún momento aclaró cuales fueran los posibles componentes de tal incógnita me dejó intrigado y decidí que en un próximo encuentro le preguntaría directamente sobre que juzgaba él de misterioso sobre mi amigo. Hasta entonces no me había preocupado excesivamente por los posibles motivos de Emanuel para no hablar sobre sus circunstancias familiares con la excepción del intento que realicé con Jan de seguirle hasta las Iglesias de San Andreas y Santa Teresa. Aquella aventura no obtuvo ningún resultado pero el comentario del escritor despertó de nuevo con más fuerza la curiosidad en mí. 

Desde luego el hecho de la desaparición de Emanuel  y el interrogante que tenía  sobre su vida permaneció vivo en mi cerebro a partir de entonces y teniendo presente siempre en mi mente cuanto había escuchado  del sabio escritor permanecí atento a cuanto indicio me brindaran hechos o situaciones que pudieran tener un significado especial. 



                                  XVI


Transcurrieron varios años en que ya casado y a pesar de mis ocupaciones profesionales y los sucesos que afectaron a mi vida no dejé de pensar con frecuencia en cuanto había sucedido con mis amigos durante mi estancia en Dinamarca.

Un día recibí una llamada del escritor Pedro S. que me pedía le fuera a visitar a su casa en compañía de mi esposa. Durante mi visita se mostró interesado por saber cuales eran mis próximos planes de viaje para las vacaciones. Le manifesté que tanto mi esposa como yo estábamos deseosos de conocer la ciudad de Petra en Jordania donde habían residido en el siglo VI a.C. los nabateos. El escritor entonces me recomendó que ya que íbamos a Petra no dejáramos de visitar  Israel  e  ir a Jerusalén puesto que debido a su proximidad con Jordania nos brindaba una magnífica ocasión para conocer dicha ciudad.


De aquel viaje me quedaron grabadas en mi mente numerosas imágenes que he rememorado con frecuencia. En Jerusalén recorrimos mi esposa y yo los lugares que hace más de dos mil años fueron testigos de los últimos días en la vida de Jesús de Nazareth. Fue en Yardenit donde asistimos a la inmersión en las aguas del río Jordán y el  bautizo de numerosos fieles.  En  la Vía Dolorosa y en la Basílica del Santo Sepulcro asistimos  a la  impresionante demostración de fe por parte de muchos visitantes de los lugares considerados sagrados. Me pareció ser espectador de momentos lejanos en la Historia pero que tanto han significado través de los siglos para una gran parte de los habitantes de la Tierra.

Nuestro guía llamado Ariel nos contestaba con documentadas explicaciones a cuanto le preguntábamos sobre aquellos lugares y en una ocasión me impresionó su respuesta a una pregunta de mi esposa sobre los nombres de Jesús. Mientras Ariel nos los enumeraba me llamó la atención que uno de ellos fuera Emmanuel.

Le pregunté entonces a nuestro guía por  el significado de tal nombre y nos detalló que Emmanuel quería decir “Dios con nosotros” o “Jesús está entre nosotros”. Aquella aclaración me ocasionó pensamientos que pronto deseché por considerarlos tan solo producto de mi imaginación y motivados por mis recuerdos respectos a  sucesos que habían sucedido durante mi vida en Dinamarca. No obstante y como consecuencia de ello quise aprovechar  el momento en que Ariel a pocos momentos de salir de la Basílica del Santo Sepulcro nos comentó como María Magdalena había ido hasta la tumba de Jesús y la encontró vacía, y pedí a Ariel que nos hablara de la vida de ella. Nos comentó que aunque se había considerado  antiguamente sobre la posibilidad de que María Magdalena fuera una prostituta sin embargo no se estimaba probado y que más bien podía considerarse haber tenido una etapa de su vida negativa  para convertirse posteriormente, una vez que con el castigo que recibió expiara sus pecados, en una de las mas fieles seguidoras  de Jesús  hasta tal punto que fue canonizada por el Vaticano siendo actualmente venerada como Santa. No puedo evitar pensar en que esta esta evolución de su conducta en la vida me pareciera similar a la que experimentó San Agustín y  considero que todas las personas a lo largo de su vida pueden rectificar actitudes negativas y felizmente retornar a caminos de bondad.  Creo que un ejemplo de ello fue el hecho de  que Marian , la hermana de Jan , volviera encontrarse con el cariño de su hermano y sus padres a los que tanto dolor había causado con su actitud durante tantos años.

Mi visita a Jerusalén  y las sensaciones allí experimentadas  me condujeron inevitablemente a recordar las palabras  de mi madre la noche del día de su muerte. Bien que he decidido nunca revelar sus palabras si puedo reconocer que en ellas podía también deducirse que todo cuanto nos va sucediendo a lo largo de nuestra vida encierra mensajes que  en la mayoría de los casos somos incapaces de descubrir. Quizá, si así fuera, las personas cuya sensibilidad llegara a captar dichos mensajes podrían decidir  cambiar su conducta en la vida. Muchas veces las ansias de bienes  materiales, la soberbia y orgullo mal entendido, los rencores y la falta en definitiva de bondad impiden rectificaciones de conducta que son las que pueden engrandecer a las personas.



                                          XVII


Transcurridos ya muchos años desde que sucedieron los hechos que quedan reflejados en esta historia sigo recordándolos frecuentemente. Un día decidí buscar a Jan a través de Internet. Desconocía si seguiría vivo pues ambos teníamos ya una edad avanzada. Localicé su nombre a través de una parroquia de Copenhague donde cooperaba en actividades benéficas y le llamé por teléfono. Sin haberme dado tiempo para identificarme reconoció mi voz. Le prometí visitarle en un próximo viaje que pensaba realizar a Dinamarca. Poco tiempo después cumplí mi promesa y pude dar un abrazo a Jan, antiguo patinador, lector de filosofía y hoy anciano  carpintero. Al fin y al cabo él, después de tantos años transcurridos, es el único testigo que, al igual que yo, queda de esta historia  que sucedió aquellos años en que viví  en Selandia.  Vive muy cerca de mi antigua casa de Klampenborg. Le prometí que iría a visitarle de nuevo si vuelvo algún día a Dinamarca. Le pregunté por su barca, sus patines y sus libros de Kierkegaard. Y recordamos a Madeleine y Emanuel a los que creo que , finalmente, tanto Jan como yo hemos encontrado...

 Dos días antes de mi regreso a España conduje una vez más a través de los campos de Dinamarca. En la mañana me trasladé hasta Hillerrode donde en el castillo contemplé de nuevo el cuadro de Bloch. Al día siguienrte fui hasta la isla de Mön y como hice tantas veces hace muchos años fijé mi vista en  sus acantilados blanquecinos y las aguas oscuras del mar Báltico.Al borde de uno de aquellos   precipicios inevitablemente he recordado con cariño  a todas aquellas personas que fueron parte de mi infancia y años de juventud en la isla de Selandia.

 Madeleine, Emanuel, Jan y los Señores Olsen viven siempre dentro de mi mente y sé cuánto debo agradecerles por haber encontrado en aquellos años de amistad con ellos nuevos caminos de bondad.


   20 de Febrero 2023



 Dejo en estas líneas un poema que he escrito recordando aquellos lejanos días.


Yo viví una vez allá

cerca de donde el sol nunca se pone en el verano 

y las noches son eternas en invierno. 


Yo amé junto al mar a una sirena

que dejando la fría roca de aquel puerto

 me regaló el dorado color de su cabello

y sus ojos tan azules como el cielo. 


Yo pude ver entre las hayas a los ciervos

y en otoño a los árboles mostrarme mil colores

como el rojo tan intenso como el fuego

o en verano el de las flores movidas por el viento.


Quisiera sentir de nuevo aquel silencio

cuando cae la noche larga del invierno.

contemplar los caminos que la nieve haya cubierto

y los techos de paja de las casas en los pueblos.


Todo ello es parte de mi vida

para siempre en el lugar de mi cerebro

donde el tiempo feliz nunca se olvida

y permanece para siempre en el recuerdo.

                           


 Cuando nazca una nueva primavera

 volveré a los campos y bosques de Selandia,

  caminaré de nuevo  en la mañana

  por el sendero que lleva hasta la playa.

  En Trianglen dejaré caer sobre la nieve 

  el recuerdo sentido de una lágrima.

  En Kronborg el viento visitará conmigo 

   sus murallas

  y buscaré la sombra de Hamlet por sus salas.

  En Copenhague, iluminado por mil luces en la         noche,

  Arlequin y Colombina, enamorados, continuarán                  

   su danza 

   Estará mi antigua bicicleta esperándome,

   guardada,

 encontraré en Ordrup de nuevo a mis amigos

 y al verlos, como entonces, les hablaré de España.         

                     

    Cuando nazca una nueva primavera,

    quizá vuelva otra vez a Dinamarca.

    El sol derretirá la nieve helada

    y montado en mi vieja bicicleta volveré a Elsinor

    donde en Kronborg, la sombra de Hamlet

    seguirá caminando por sus salas. 

……………………..ooo…………………….

Frente al mar.......24 Noviembre 2023



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