En las Rias Bajas.
Foto y texto: Julio Suárez
El verano pasado paseando por la playa con mi amigo Magín me atreví a preguntarle por algo que me intrigaba.
-He observado que en tu casa hay una pequeña puerta a la derecha de la escalera que sube a la planta superior. Siempre la he visto cerrada y te ruego disculpes mi curiosidad por preguntarte que hay detrás de ella.
Magín no pareció dudar mucho en contestarme justo en el momento en que unas gaviotas levantaron el vuelo a nuestro paso.
-En esa habitación-me dijo- yo guardo las esperanzas perdidas. Todas aquellas ilusiones que desde los años más tempranos de mi infancia y juventud creí que algún día se cumplirían y que lamentablemente fueron perdiéndose con el paso del tiempo.
Algunos días entro en el pequeño cuarto y las voy sintiendo de nuevo, consciente de que fueron tan sólo una ilusión que nunca parecía cumplirse. Ahí están guardados mis deseos de un país donde no existiera ni el engaño ni la corrupción. Donde se pensara menos en el mantenimiento de los privilegios del Poder y más en el bienestar de todos los ciudadanos. Donde cada vez hubiera menos rencores entre los habitantes y que en las familias reinara la armonía, desapareciendo la soberbia, el odio y la codicia.
Pero, querido amigo, también te diré que al final esas esperanzas, esos deseos que parecen tan utópicos los he encontrado dentro de mí. He aprendido que la mayor felicidad está en despojarse de todos esos lastres. De solidarizarse con los que sufren injusticias y desprecios y en apoyar a los que padecen crueles enfermedades y que nunca recibieron el consuelo de los que más debieron dárselo. Siguiendo ese camino he encontrado lo que creo que es la verdadera felicidad.
Las palabras de Magín me parecieron más propias de un predicador que de un sencillo habitante de un pequeño pueblo costero. Pero aquella noche, ya en los momentos previos a conciliar el sueño, volví a recordarlas y creo que entonces sentí toda la verdad que se escondía en ellas.
Quizá cuando vuelva el próximo verano a pasear por el extenso arenal de mi playa me sienta más ligero por haberme liberado también yo de esos lastres que él tan acertadamente me contó.