Texto y foto: Julio Suárez Herrero
( Recuerdo con este título la bella canción de Otis Redding.
)
Hoy al mediodía ,paseando por el centro de la ciudad, quise
hacer una parada en mi camino y me senté
en un banco de un bulevar.
Pasaba la gente ante mí y parecía como si yo hubiera parado
mi tiempo y pudiera contemplar sin prisas, sin agobios, como en cámara lenta a todas aquellas personas, que en un sentido u
otro desfilaban ante mis ojos.
Un señor de mediana edad arrastraba dos trolleys
apresuradamente. Una viejecita empujaba un coche para bebés y en su interior un perrito ,cubierto con una manta, asomaba curioso
su cabeza. Dos mujeres y un hombre de aspecto oriental ,cargados con bolsas de
diferentes tiendas de ropa, se paraban ocasionalmente a contemplar
los escaparates.
El pavimento estaba
cubierto con hojas secas que inesperadamente impulsadas
por una ráfaga de aire iniciaron un veloz movimiento
formando un remolino sobre el amplio espacio del bulevar.
Me dí cuenta entonces que las personas que por allí
pasaban parecían no ver el baile de las hojas y proseguían su marcha sin
detenerse a contemplar brevemente aquél espéctaculo.
De aquellos momentos
en el banco del bulevar sé que en los próximos días me quedará el recuerdo, no
de los que por allí caminaban, sino de aquellas hojas secas movidas a capricho por el
viento.
Un momento de calma y, por qué
no, de cierta nostalgia de la Naturaleza ante el frenético ritmo de la ciudad.