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miércoles, 22 de abril de 2015

Barquillos en el parque del Retiro.

     

  Texto:Julio Suárez Herrero  


Sucedió poco después de terminar la guerra que había sufrido nuestro país. No debía tener yo más de 6 años cuando muchas tardes me solía llevar Benita al parque del Retiro.
Benita era una mujer joven natural de Badajoz que trabajaba en la casa de mis padres ayudando en las tareas domésticas.

El numeroso grupo de niños que allí pasábamos algunas horas de nuestra infancia esperaba siempre  con ilusión la llegada del barquillero. Jesús, pues así se llamaba, era de edad no muy avanzada y mostraba al andar una leve cojera.

 Cuando aparecía Jesús con su tambor metálico rematado por una ruleta corríamos todos hacia él después de pedir unos céntimos a nuestras cuidadoras dispuestos a probar fortuna y conseguir el mayor número de barquillos. Nuestra ilusión sufría un amargo chasco si al mover la rueda acababa en el espacio del “clavo” que suponía no conseguir ningún barquillo extra, tan sólo uno de consolación.

Una tarde cuando acabábamos de llegar al Retiro vimos un gran revuelo cerca del estanque. Un niño de pocos años se había caído en aquél y Jesús se había arrojado al agua para sacarlo sin que el pequeño llegara a sufrir ningún daño.
 Desde entonces el barquillero fue para nosotros una especie de héroe protector nuestro.

Jesús llegó a intimar bastante con Benita y cierto día le escuché decir a mi madre que el barquillero le había contado que había estado luchando en el frente durante la guerra y que una bala al herirle le había ocasionado la cojera que padecía.

Un día esperamos en vano la llegada de Jesús con su cilindro repleto de barquillos. A Benita le contó uno de los guardias del Retiro que a Jesús se lo habían llevado detenido unos policías vestidos de paisano.

El barquillero no regresó más al parque ni le volví a ver nunca más pero todavía hoy, en mi recuerdo,  le veo aparecer cojeando y acercándome a su barquillera  hago girar la ruleta del cilindro esperando ser afortunado con un buen premio.

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