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viernes, 11 de octubre de 2024

Libro "En la noche de Chivay" de Julio Suárez Herrero. Versión completa. Hacer clic para leerlo.



 Julio Suárez Herrero   





          EN LA NOCHE DE CHIVAY


Comentario sobre el libro en el chat GPT:


"En la noche de Chivay" de Julio Suárez Herrero es una obra narrativa que explora profundamente el mundo andino. Publicado en 2012, este libro utiliza la noche y el ambiente místico de Chivay, una localidad en el Valle del Colca, como escenario para contar una historia en la que se entremezclan realismo y elementos de la cosmovisión andina, en la que las leyendas y las vivencias cotidianas se fusionan para dar una visión integral de este mundo.


  1. Naturaleza y aislamiento: La noche en Chivay y la presencia del majestuoso paisaje de los Andes añaden una atmósfera de introspección y aislamiento, que resulta esencial para entender el peso que la naturaleza tiene sobre los personajes. En este entorno, los tres protagonistas españoles  se enfrentan no solo a la dureza física de la geografía, sino también a sus propias soledades y miedos.

Estilo narrativo

La narrativa de Suárez Herrero en "En la noche de Chivay" es descriptiva y cargada de simbolismo. Su estilo combina el realismo y los elementos poéticos, logrando que el lector sienta el peso de la cultura andina y la atmósfera que rodea a Chivay. 

Conclusión

"En la noche de Chivay" es un libro en el que Julio Suárez Herrero crea un retrato complejo y realista de la vida de los protagonistas, uniendo pasado y presente en un escenario mágico.


Crítica:

 Julio Suárez Herrero's writing style is known for its lyrical quality and emotional depth. He often explores themes of memory, identity, and the passage of time, weaving them into evocative narratives that resonate with readers. His prose is rich with imagery and introspection, creating a reflective and immersive reading experience.

His works, such as "Relatos de las estelas" and "En la noche de Chivay," showcase his ability to capture the essence of human experiences and emotions. He has a talent for creating vivid, atmospheric settings that draw readers into the world of his characters.


       Nota del autor


                   

            Guardo un magnífico recuerdo de un viaje que realicé a Perú en compañía de mi esposa. Son inolvidables la belleza de los paisajes y la amabilidad de las gentes de aquél país.


            El itinerario nos llevó desde Lima hasta el Machu Pichu visitando diversas ciudades y haciendo un recorrido bastante completo por el Valle del Colca.


            El guía que nos acompañó nos contó, entre el nutrido bagaje de anécdotas que atesoraba, una que mereció una especial atención por mi parte. Decidí entonces que algún día escribiría una narración inspirada por su relato. La historia, pues, aunque queda enmarcada dentro de la ficción, tiene, en lo que al personaje de Lucía se refiere y según los comentarios del guía, un punto de autenticidad.




Las fotos incluidas en el libro fueron hechas por mí 

a lo largo del viaje.



  A Beatriz y Romolo, mis buenos amigos peruanos.


                   EN LA NOCHE DE CHIVAY



     PRÓLOGO



Los porteadores bajaron desde el Huayna Pichu transportando su cuerpo. Al llegar al recinto de la ciudad sagrada lo colocaron  sobre la piedra del Templo del Sol cubriéndolo con una manta de alegres  colores.

Era una mañana del mes de Noviembre. Apenas unos minutos antes se habían abierto las puertas del antiguo lugar sagrado de los incas y  el flujo de turistas que llegaban ansiosos de fotografiar los restos de la ciudad iba poblando sus  calles y terrazas. Algunos de ellos, ya próximos al templo, se paraban sorprendidos y temerosos en su cercanía observando el macabro decorado.


Cuatro eran los porteadores que habían bajado el cuerpo desde la montaña. Al parecer un hombre se había despeñado cuando caminando sobre el estrecho sendero había caido al vacío. No hubo ningun visitante que en interrogatorios posteriores efectuados por la policía local pudiera dar más detalles sobre el fallecido. Tan sólo un porteador pudo aportar algún dato del accidente. El cuerpo había quedado allí abandonado por ellos en el templo  y el sol que, un día más, volvía a inundar de luz el impresionante escenario de la ciudad parecía intentar vanamente calentar el cadáver cada vez más rígido y más frío.


Aproximadamente media hora más tarde se iniciaron por los responsables de Aguas Calientes los procedimientos para el levantamiento del cadáver. La normalidad volvió a reinar en la ciudad sagrada y alegres grupos de jóvenes estudiantes peruanos mezclados con turistas de diversas nacionalidades se convirtieron de nuevo en  los  únicos habitantes del poblado 


I


Andrés, sentado en un banco del Parque del Oeste

de Madrid contemplaba como su hijo  correteaba junto a otros niños de su edad.  Como solía hacer todos los  sábados a media mañana había salido de su casa y realizado una parada junto al quiosco de bebidas próximo a una estatua de mármol que adornaba el Paseo de Rosales. Allí acostumbraba a tomarse un café con leche y obsequiaba a su hijo con alguna golosina.

El sol de finales de Febrero parecía calentar ya a un Madrid aún adormecido en aquella mañana de sábado. Los bancos próximos al suyo aparecían poblados de señoras en su mayoría jóvenes que al reclamo de aquél sol prometedor habían acudido con sus hijos al parque y no tardaban en entablar animadas conversaciones entre ellas. Ocasionalmente se veía a alguna persona caminando con su perro por los pequeños senderos de arena.


-Lucía!!-la voz sonó enérgicamente. El grito dado por una de las mujeres allí congregadas llamando a su hija pareció retumbar con el estruendo de cien ecos en los oídos de Andrés. Aquél nombre pareció despertar en su memoria recuerdos de años pasados. Su mano buscó instintivamente el objeto que siempre llevaba en el bolsillo de su pantalón. Era una bolsita que contenía un pequeño collar formado por semillas de huayruros  Lo había conservado a lo largo de los últimos años como se conserva una preciada reliquia. No había día sin  que, antes de salir a la calle, dejara de sacarlo del cajón de su mesilla de noche y después de mirarlo durante unos instantes lo guardara cuidadosamente. En alguna ocasión, al hacerlo, parecían brillar sus ojos especialmente como si una lágrima pugnara por salir de ellos.

-¡Lucía! parecía que aquellas cinco letras martilleaban  su cerebro y apoderándose de él le llevaban años atrás haciéndole revivir nuevamente sucesos de entonces. 



Años antes Andrés recorría todos los días la misma ruta camino de la Ciudad Universitaria. Próximo ya el fin de sus estudios ansiaba comenzar el trabajo dentro de su especialidad y  esperaba que la carrera  de periodismo le brindara la oportunidad de viajar por países que siempre deseó conocer.


Había conocido a Anita en el bar de la Facultad. La joven era también vecina del mismo barrio donde vivía él. Los dos entablaron una relación íntima que les hacía pasar juntos gran parte de su tiempo fuera de las aulas y Andrés no tardó en presentar  la joven a sus padres. El progenitor de Andrés era un hombre que había dedicado gran parte de su vida a la creación de un modesto negocio de librería. Su establecimiento era como un santuario para Andrés que ya desde muy niño había dedicado largas horas a la lectura de libros en los que el tema predominante eran los viajes por países lejanos.

Sentía particular atracción por las rutas que un día realizara Marco Polo por Asia y ansiaba también poder recorrer los países de América del Sur. En la oscuridad de su cuarto en los minutos precursores del sueño se imaginaba recorrer sobre un elefante los caminos de la India y navegar en frágiles barquichuelas las corrientes del Mekong. Le fascinaba asímismo la magia que parecía emanar del Machu Pichu y soñaba con poder llegar algún día hasta  la ciudad sagrada de los incas. 

Cuando una mañana a través del teléfono recibió la llamada de Carlos anunciándole que les habían propuesto para realizar un reportaje sobre el Valle del Colca en Perú no pudo evitar una exclamación de alegría.

-El equipo lo formaremos tú como guionista, yo de fotógrafo y Salcedo será el cámara  –le concretó Carlos.

¿San Agustín también?-exclamó Andrés- ¿Será el cámara nuestro compañero de  viaje?

Ciertamente así llamaban a Salcedo los que, cercanos a él, le conocían más profundamente. Cumplidos ya los cincuenta años de edad había tenido una juventud desordenada. Al igual que sucedió con el mencionado Santo parece ser que algún suceso en su vida le hizo variar drásticamente su comportamiento y ya en su madurez adoptó una actitud completamente distinta ante la vida. Sus conversaciones derivaban frecuentemente hacia temas rayanos en lo místico y, cuando por su cometido en la Empresa debía realizar viajes al extranjero con su cámara a cuestas, procuraba tener tiempo para, fuera cual fuera la ciudad en que se hallara, realizar una escapada a la Iglesia  más cercana que pudiera encontrar  para poder realizar sus oraciones. Tanto Andrés como Carlos respetaban a Salcedo y solían  atender  pacientemente sus razonamientos y opiniones sobre la vida, la muerte o el más allá , temas que abundaban en el bagaje de las opiniones del cámara. 

Los tres amigos tenían en común no solamente su lugar de trabajo sino también el barrio de Madrid en que vivían. Cerca del Parque del Oeste tenían sus domicilios  respectivos y muchas tardes, terminado el trabajo, se reunían para jugar una partida de dominó en un bar cercano.


II


Anita no mostró precisamente alegría en su rostro cuando Andrés le informó de su próximo viaje a Perú para realizar el reportaje. Le dolía la próxima separación y todo el cariño que sentía por Andrés se le agolpó en las lágrimas que dejó caer al recibir la noticia. Hasta entonces sus días transcurrían siempre con el estímulo de verle con un ansia que rayaba casi en la obsesión. Pero al recibir la noticia de su próxima partida un sentimiento   de angustia y cierta desesperación pareció invadirla. No fué ajeno Andrés a esta reacción y aún sintiendo un gran cariño por ella no podía evitar una cierta sensación de agobio cuando ella le transmitía repetidamente sus temores y dudas  ante la separación. 


         Al no existir aún en aquéllos días ni Internet ni la herramienta de comunicación del e mail ella le pedía o más bien parecía suplicarle que no le olvidara, que no dejara de   escribirle y, si  fuera posible, de llamarle por teléfono alguna vez. 


Las promesas de Andrés parecían calmar las dudas de Anita y a medida que se acercaba su viaje sentía él  más emoción por el próximo descubrimiento del país al que tanto había deseado viajar desde su niñez y mas desasosiego ella por la próxima separación.


        Habían pasado horas en una cafetería cercana a la casa de los padres de Anita haciendo planes sobre su futuro. Andrés era partidario de que vivieran juntos algún tiempo antes de dar el paso definitivo de un enlace bendecido por la Iglesia. Aunque él dejaba claro que prefería una boda civil aceptaba que Anita sintiera ilusión por todo lo que habría de conllevar una boda religiosa  y estaba dispuesto a ceder  ante tal intención.

     Decidieron pues que a su regreso de Perú Andrés y ella buscarían un pequeño apartamento donde iniciar su vida en común.



III



Algunas tardes de fin de semana, antes de su viaje al país suramericano, cuando ya estaba avanzado el tiempo de su relación, Andrés subía al piso donde ella vivía con sus padres. Don Emilio, el padre de Anita, sacaba del aparador del salón un juego de bingo y reunidos alrededor de una mesa camilla jugaban varias partidas cuyo premio para el ganador solían ser unos cuantas monedas de céntimos.

Andrés, ocasionalmente, solía abstraerse mientras el padre de Anita extraía las bolas del pequeño bombo y, con un monótono soniquete, cantaba  los números que iban apareciendo en una diminuta  bandeja. Sus pensamientos volaban en tales ocasiones hacia el país próximo a visitar y aunque aún no lo conociera imaginaba montañas , volcanes  y selvas de increíble frondosidad. Se preguntaba como serían sus habitantes y sus costumbres y cuando resonaba la voz de alguno de los jugadores cantando con satisfacción el bingo aparentaba haber estado atento al desarrollo del juego y se quejaba de su mala suerte tratando de dar a sus palabras un aire de convicción.

Terminado el juego Anita le insistía en ir a una discoteca próxima a  lo cual Andrés condescendía aún no sintiendo especial afición al baile. Transcurrían así los días  y Andrés , en sus momentos de soledad,  se preguntaba si esta rutina que conformaba su vida en la ciudad sin más novedades que las que le brindaba su trabajo  era lo que verdaderamente deseaba para alcanzar una cierta felicidad.


Un domingo, poco antes de su partida, decidieron hacer una excursión a la ciudad de Toledo. Andrés había visitado esta ciudad en su infancia en compañía de sus padres y estos le le habían hecho conocer  el tesoro artístico que guardaba la ciudad. 

Le gustaba especialmente visitar el lugar donde antiguamente se encontraba la Basílica de Santa Leocadia y en cuyo terreno se hizo después una capilla que albergaba el Cristo de la Vega.

A Anita que no había visitado nunca la pequeña iglesia le llamó la atención  la imagen del Cristo con su brazo extendido hacia abajo.

-Que rara es  esta imagen con su mano desclavada y extendiendo el brazo hacia el suelo.

¿Sabes qué puede significar?-le preguntó a Andrés.

Andrés echó mano de sus conocimientos literarios. No en vano había sentido desde pequeño una especial inclinación a la lectura y entre los conocimientos adquiridos no solo por esta afición sino por los estudios y prácticas realizadas durante los años de estudio en la Universidad y en la librería de su padre, contaba con el conocimiento que, sobre la leyenda del Cristo de la Vega le habían proporcionado las lecturas de la obra del escritor José Zorrilla.


-Es un relato muy bello-le explicó a Anita-Cuenta los amores de un caballero español, Don Diego Martínez con Inés de Vargas, una joven toledana. Ella sentía un gran amor por él  y Diego parecía corresponderle igualmente. Al tener que partir el caballero a luchar en Flandes ambos se juraron amor eterno en la Capilla a los pies del Cristo.

Pasaron dos años de su partida antes de que Diego regresara de Flandes.  Durante todo ese tiempo ella le esperaba cada día con ansiedad y acrecentando su amor por él. 

Un día vió con enorme ilusión como un grupo de caballeros llegaba hasta la Puerta del Cambrón y entre ellos distinguió a Don Diego que cruelmente la rechazó, espoleando su caballo y alejándose de ella.


Vanos fueron posteriormente los esfuerzos de Inés por conseguir que Diego atendiera sus súplicas y finalmente pidió justicia al Gobernador Pedro Ruiz de Alarcón  ante el que se personaron los dos antiguos amantes negando Diego en todo momento haberle prometido casamiento a ella.


Cuando parecía que el Gobernador iba a aceptar la versión de Diego, Inés dijo tener un testigo de sus afirmaciones.  Ese testigo era, según dijo, ni más ni menos que el Cristo de la Vega. Ante la imagen fueron las autoridades con Inés y el notario tomó juramento al Cristo preguntándole si era cierto cuanto aseveraba la joven.

-Sí juro-se oyó la voz procedente del Crucificado al mismo tiempo que  extendía su brazo hacia el libro de autos desclavándolo del madero.

Impresionados todos por el suceso y especialmente los dos antiguos amantes. ingresaron ambos al poco tiempo en órdenes religiosas.


-Es una hermosa historia-dijo Anita-al mismo tiempo que abrazaba estrechamente a Andrés-aunque no sea sino una leyenda parece querer transmitir el triunfo de la verdad sobre las mentiras  que siempre se han utilizado por las personas para  escapar de sus responsabilidades.


 Regresaron hacia Madrid  cuando ya oscurecía y aquella noche mientras Andrés soñaba con las cordilleras Andinas y el vuelo de los cóndores Anita parecía escuchar una y otra vez la voz del Cristo de la Vega jurando ser ciertas las promesas de Don Diego.


IV


Una mañana, dos días antes de su partida, los tres amigos se reunieron para ultimar los preparativos de su viaje en una cafetería de la calle Marqués de Urquijo, próxima al Parque del Oeste. Andrés , último en llegar a la reunión apareció con un periódico en la mano.

-Habéis leído la prensa de hoy?-preguntó a sus amigos- Han asesinado ayer al  dueño de la tienda donde Anita suele hacer algunas compras. 

Tanto Carlos como Salcedo se mostraron sorprendidos. Al vivir los tres amigos en el barrio conocían perfectamente la tienda donde había sucedido el crimen. En no pocas ocasiones la habían visitado  y conocían al propietario del establecimiento.  En el barrio se había comentado repetidas veces el mal trato que el dueño mostraba hacia su esposa e incluso que en alguna ocasión había sido denunciado por su carácter violento. 


-Aún no han detenido al autor del crimen -continuó Andrés-y al parecer este no ha dejado ninguna pista. Esperemos que en Perú podamos enterarnos del desenlace de este suceso.


Salcedo escuchaba pensativo las palabras de Andrés y con su mirada en un punto fijo de la pared del  bar tan sólo apartó la vista durante unos segundos para mirar a Carlos mientras Andrés terminaba el relato de la noticia. En aquél barrio tranquilo la monotonía de la vida diaria no solía romperse por sucesos violentos y Salcedo que parecía conmovido cerró los ojos y durante unos instantes, sumido en sus pensamientos, quedó completamente  ajeno a los comentarios de sus amigos.  



Llegó el día de su partida hacia tierras peruanas y la última imagen de Anita que tuvo Andrés fué la de su rostro entristecido pugnando  por contener las lágrimas.

-Cuando vuelva haremos todos los preparativos para la boda-le dijo él intentando consolarla.

Cambió entonces la expresión de Anita y una sonrisa pareció disipar en cierto modo la tristeza reinante. Allí, antes de dirigirse al control de salida quedó ella viendo alejarse a Andrés hasta que desapareció entre la multitud de viajeros que poblaban el aeropuerto



V


Ya en Perú los tres amigos habían permanecido un par de días en Lima y cumplidos los necesarios trámites burocráticos para realizar su trabajo aún habían tenido tiempo para visitar algunos lugares de la ciudad.


A Andrés le llamó especial atención el Parque de los Enamorados en el barrio de Miraflores. Le recordaba parte de  su decoración a los jardines de Gaudí de Barcelona y su emplazamiento en el acantilado enfrente del Oceáno Pacífico destilaba un aire de armonía y tranquilidad que acompañaba a  una monumental escultura de dos amantes besándose. No pudo sino recordar algunos momentos en compañía de Anita y se imaginó estar sentado junto a ella en uno de los bancos contemplando la inmensidad del mar.


Andrés no quería abandonar Lima sin visitar la tumba de Pizarro. En la  grandiosa Plaza Mayor de la ciudad estaba situada la Catedral y allí , en una de sus capillas, pudo contemplar el lugar donde descansaban sus restos.  Le llamó especial   atención el león que recostado sobre el ataúd acompaña el sueño eterno de Pizarro. En aquellos momentos de silencio ante la tumba recordó la muerte de Pizarro por los partidarios de Almagro. Aquella estocada al cuello que acabó con su vida le parecía que no era sino una muestra más de las rivalidades cainitas que tanto empañan la Historia de España.


Al salir de la Catedral tuvieron tiempo para acercarse al barrio de San Isidro donde entraron en la Casa Luna para admirar una hermosa colección de miniaturas, belenes e imágenes religiosas  que les impresionaron vivamente.


Le agradó profundamente la amabilidad de los habitantes de la ciudad y esa impresión seguiría reforzándose posteriormente a lo largo de su viaje en los distintos lugares que visitaron. Le encantaba el hablar tranquilo de aquella gente y su dulce acento que encontraba más suave que el de su tierra natal. Descubrió también con agrado la variedad de la cocina peruana en la que abundaba el ají y los ceviches y saboreó repetidas veces el agradable sabor del pisco sour considerado como la bebida típica peruana. 



VI


No presentía Andrés la importancia del cambio que iban a suponer en su vida los acontecimientos que  sucederían en los días siguientes. Hasta entonces su vida de estudiante en Madrid,  su trabajo diario, su relación con Anita , todo ello se había deslizado más o menos rutinariamente  sin que las emociones que pudieran brindarle excedieran de lo normal.  Había, sin embargo, un pensamiento que le producía un cierto desasosiego pero que procuraba desechar una y otra vez  en las ocasiones en que le venía a la mente. Su amistad con Carlos se había ido consolidando desde el día en que ambos se conocieron en su lugar de trabajo. 


En ocasiones Carlos había acompañado a Andrés y Anita en alguna de las excursiones que tanto les agradaban a ambos y que solían hacer a las montañas y bosques no muy lejanos de la ciudad. Los tres disfrutaban escalando hasta los picos no excesivamente elevados de la sierra cercana o pasando el día en agradable picnic junto a un riachuelo entre los árboles de Valsaín.

En determinados momentos Andrés creía notar en la actitud de su amigo una excesiva amabilidad hacia Anita, una amabilidad que a veces le parecía ir más allá de lo normal. Procuraba , sin embargo,  desechar  este pensamiento  con rapidez y lo achacaba a celos infundados o a una mala jugada de su capacidad de enjuiciar la situación que originaba sus temores.


Lo cierto es que la amistad con Carlos era lo suficientemente profunda para que  ambos compartieran confidencias y no pocas veces se ayudaran mutuamente ante los  problemas que pudieran presentarse en el diario transcurso de sus vidas, aunque Andrés tenía la sensación de que su amigo no llegaba nunca a dejarle traspasar la barrera de sentimientos íntimos que guardaba celosamente para sí. 


 La vida de Andrés, sus estudios, su relación con Anita, su rutina diaria  no eran sino la común trayectoria que experimenta un gran número de personas.

Sin embargo el interés o diferencia radica fundamentalmente en los hechos que a partir de su llegada a Perú y más concretamente al Valle del Colca acaecieron en su entorno.


 En los momentos de silencio y soledad nocturna  veía Andrés con claridad el monótono transcurrir de  su vida.

Había sido un niño relativamente feliz. Recordaba los paseos por el Parque del Oeste, al que su madre le llevaba algunas tardes, al igual que las señoras que años después vería él en ese mismo parque con otros niños condenados también como él  a ser mayores y como contemplaba igualmente a los perros que al lado de sus dueños creían ver en el verdor del parque zonas amplias de libertad y de naturaleza ausentes de cemento y automóviles. Sentía en esos momentos como en el invierno ,con su abriguito y su bufanda, el frío enrojecía sus orejas y como parecía aplastarle el bochorno de las tardes de verano cuando sus padres le llevaban caminando hasta un próximo cine de barrio.


En la vida de Andrés cobraba especial importancia la personalidad de su padre. Hombre extremadamente serio y de gran rectitud, indiferente y ajeno al mundo del deporte y de lugares de diversión donde el baile fuera el principal aliciente, había inculcado en Andrés un sentido de la disciplina y el orden que el joven llevaba no sin cierta resignación. Al contrario que Carlos, persona más bien tremendamente realista,  que en ocasiones, por la sinceridad con la que solía expresarse llegaba a  preocupar o ,hasta en  algunos casos, herir a las personas.

Su otro compañero de viaje, Salcedo,  había sido para Andrés objeto de especial admiración desde que le conoció.

Comunicativo en ocasiones, hermético en otras dejaba caer de vez en cuando un pensamiento, una frase o un juicio sobre el tema que discutían sus otros dos compañeros. Sus opiniones le parecían a Andrés siempre acertadas y admiraba a Salcedo aunque no en pocas ocasiones se había preguntado si aquella imagen que de él se había formado correspondía a una total sinceridad o quizá ocultaba algúna retorcida característica de su personalidad.  Lo cierto era que Salcedo nunca le había dado motivos para ello y Andrés, se apresuraba a desterrar de su mente aquellas dudas siempre que le invadían.


Un suceso que tuvo como protagonista a Salcedo un par de años atrás había impresionado vivamente a sus compañeros de trabajo. Había regresado una tarde del Escorial de realizar un reportaje sobre las apariciones de la Virgen que, según algunos,  se estaban produciendo en  unos prados. El reportero que le acompañaba les había contado  que Salcedo en un determinado momento, hallándose entre la gente que esperaba algún suceso prodigioso, dejó caer  repentinamente su cámara y pareció quedar en un éxtasis profundo. Desde aquél día su carácter ya de por sí reservado pareció cerrarse aún más a cuanto de superficial o banal pudiera surgir en las conversaciones de sus amigos y sin embargo su afán por colaborar y ayudar a estos pareció aumentar sensiblemente.


Este, pues, era el trío que se aprestaba a pasar unas semanas en el país peruano realizando un amplio reportaje que les llevaría desde Lima hasta Arequipa, Puno y el poblado de los uros en el lago Titicaca para terminar finalmente en el Valle del Colca y el Machu Pichu.



VII




Ansiaba Andrés pisar los lugares que tanto le habían fascinado y cuando desembarcó del avión que les transportó desde Lima hasta Arequipa, quedó impresionado por la vista del Misti, el Chachani y el Pichupichu, los volcanes que rodeaban la ciudad. El Misti dominando desde su altura la bella ciudad de Arequipa parecía ser un guardián vigilante y silencioso que asistía a la evolución en el tiempo tanto de la ciudad como de la vida de sus habitantes.


En la puerta de salida del aeropuerto divisaron a un hombre con un cartel en sus manos en el que figuraba el nombre de los tres miembros del equipo y Andrés acercándose a él le hizo saber que era a ellos a quienes esperaba. 


-Gusto en conocerle señor-le dijo a Andrés-Me llamo Charly, o bueno, mejor dicho, así me llaman los amigos. Voy a ser su guía durante su estancia.


 A Andrés aquél hombre le pareció de una edad ya avanzada y su complexión fuerte y el sombrero que llevaba puesto parecido a los de los cowboys americanos le daban un aspecto de vaquero de Texas que hubiera sido trasplantado a las tierras peruanas. 


-Encantado de conocerle Charly-le contestó Andrés-Aquí le presento a mis dos compañeros, Carlos y Salcedo que forman el resto del equipo.

-Señores si gustan y disponen de tiempo hoy les llevaré a conocer la ciudad de Arequipa que tiene lugares muy interesantes.

 

-Es Usted peruano?-le preguntó Carlos.


-Sí, claro-contestó Charly esbozando una sonrisa- Soy natural de Arequipa y mis antepasados seguramente llegaron en algún barco procedentes de España.

He vivido siempre en Perú y amo profundamente a esta bella ciudad de Arequipa a la que llaman la Ciudad Blanca. Pero ahora les dejaré en el hotel para que descansen y luego si lo desean les llevaré a visitar el Convento de Santa Catalina.

Esta noche les recomiendo que disfruten de la rica gastronomia peruana y tomen un buen ceviche de camarones en una picantería. Si luego quieren tomar alguna copa pueden recorrer la calle San Francisco o la Avenida  Dolores donde abundan los bares y los pubs.


El hotel donde se alojaron había sido una antigua casona de adinerados españoles. Situado en una zona céntrica de la ciudad les ofreció un ambiente confortable y acogedor.


En su habitación Andrés, tumbado sobre la cama evocó  momentos de su vida en Madrid. Sentía una satisfacción creciente en sentirse tan lejano del quehacer diario en su ciudad natal. Se complacía en pensar que no recorrería durante su estancia en Perú el mismo trayecto cada día en su coche camino de su oficina y  que quedarían aparcadas durante algún tiempo las partidas de bingo en casa del bondadoso padre de Anita.

Echaba sí de menos en cierto modo el cariño que tanto le prodigaba su novia pero al mismo tiempo el cambio a un  ambiente completamente distinto y las nuevas sensaciones que le iban proporcionando las sucesivas etapas del viaje le iban envolviendo cada vez más atenuando las nostalgias de sus momentos con Anita.



Llamaron a la puerta de su habitación y al abrir se encontró con Carlos que en calzoncillos y medio despeinado le dijo riendo:

-Creo que Charly ha dado en el clavo con la visita al Convento de Santa Catalina pues le va a dar una gran alegría a Salcedo. Se va a encontrar en sus salsa nuestro amigo.


Poco después y en compañía de Charly que había ido a recogerlos al hotel, entraban en el recinto del Convento. Salcedo parecía disfrutar con la visita de manera especial. Su cara llegaba a mostrar un especial arrobamiento cuando contemplaba las imagenes religiosas y los  Cristos doloridos y al llegar a las  celdas donde habían transcurrido tantos días de encierro y meditación de las jóvenes que habían sido enviadas allí  por sus padres para su educación y preparación para la vida hubo un momento que Andrés pareció observar en sus ojos el atisbo de una lágrima.



En el jardín del convento en un lugar próximo a la lavandería Carlos le dice a Andrés:

-No te parece un crimen que tantas chicas jóvenes pasaran años de su juventud encerradas en esta especie de cárcel? Me alegro de haber nacido en una época tan distinta a todas aquellas costumbres.

-Hombre Carlos-contemporizó Andrés- piensa que era entonces un momento muy distinto al que ahora vivimos. La Iglesia tenía un  poder y una influencia tremenda en todos los órdenes de la vida. Seguro que nuestro amigo Salcedo sería feliz en aquél ambiente. En la forma de pensar de los seres humanos siempre habrá creencias  para todos los gustos.


Anochecía ya cuando Charly se despidió de ellos hasta el día siguiente. Los volcanes parecían prepararse en la lejanía para proteger el descanso nocturno de los habitantes de Arequipa. Salcedo se retiró pronto al hotel  pero aún tuvieron tiempo Carlos y Andrés de conocer los animados bares de la calle  San  Francisco y los dos amigos se fueron finalmente al hotel con algunas copas de pisco sour en su cuerpo.




VIII


La habitación proporcionaba un ambiente excesivamente caluroso al cuerpo de Andrés que desnudo sobre la cama repasaba mentalmente momentos tanto de su vida como de sus primeros días en Perú.

Cuando en las tardes del verano caminaba a las orillas del Manzanares con Anita camino de la casa de ésta para la acostumbrada partida de bingo solían ambos  hacer una parada en el antiguo Mesón de Mingo y allí, sentados en unas sillas próximas a la calzada pedían unos vasos de sidra que parecían aliviar la sensación de  bochorno que invadía la capital. 

En una ocasión habían coincidido con las celebraciones en la Capilla de San Antonio de la Florida. Algunas mujeres vestidas de chulapas llegaban ilusionadas a solicitar al Santo un buen matrimonio y algunos castizos personajes ya entrados en años y  con su gorra bien calada se marcaban un chotis procurando respetar escrupulosamente la regla de no sobrepasar el espacio de una baldosa. Le gustaba a Andrés el tipismo de los mantones de Manila que adornaban la figura de las jóvenes y tenía  la sensación de revivir épocas pasadas de Madrid cuando contemplaba el baile y veía a las mujeres girando alrededor de su pareja que asemejaba una estatua dotada de vida.


Le había comentado a Carlos y Salcedo su paso por la Capilla un día de celebraciones. Los comentarios de ambos fueron bien dispares. Carlos, siempre realista en sus opiniones le había dicho:



-No te has preguntado que habrá sido de todas aquellas mujeres que con sus flores acudieron a pedirle al  Santo un buen novio? Si supieras que será de algunas de ellas en el futuro quizá te dieran ganas de llorar. De todas formas esto, hoy en día,  no es sino un motivo de fiesta y ya las mujeres de Madrid viven un ambiente muy distinto. Son independientes en su mayoría y más que novios lo que esperan es encontrar una pareja con la que convivir felizmente, no haciendo de ello la solución de su vida. Como te digo, sin embargo, si conociéramos  el destino que aguarda a alguna de ellas olvidaríamos los mantones, el chotis y el ambiente festivo de la Ermita. Desengáñate, Andrés, el tiempo nos depara a cada uno  situaciones más o menos  afortunadas y estos momentos de festejo y diversión quedarán olvidados en el desván del pasado.


Una vez más Carlos ponía el punto negativo sobre un festejo que a Andrés se le antojaba alegre y de hermosa tradición.


Andrés, antes de caer en un profundo sueño, tuvo aún tiempo para mirar a través de la ventana como en la noche iluminada por una intensa luz de luna se perfilaba en la lejanía la inmensa silueta de los volcanes.



IX


Era aquél ambiente, que a Andrés le parecía en cierto modo mágico en su grandiosidad, el que les acompañaría a lo largo de su viaje. Esta sensación se iría acrecentando a medida que su camino les acercaba cada día más a las profundidades del Cañón del Colca, a las aguas iluminadas por los colores de los vestidos de las mujeres de los uros en el Titicaca  o a los templos y terrazas del legendario Machu Pichu.


Poco antes de su salida de Arequipa para continuar su viaje hacia el Valle del Colca, Carlos le preguntó a Andrés por Anita mientras los tres amigos desayunaban. 


-Has conseguido hablar por teléfono con Anita?-


Salcedo,  levantó casi imperceptiblemente sus cejas al oir la pregunta y durante unos segundos su silencio pareció contagiar a Andrés que finalmente contestó a Carlos.

-La verdad es que no he podido hacerlo todavía. Estuve trabajando en mi guión hasta tarde y me venció el sueño antes de que pudiera intentar hacer la llamada.


Al escuchar aquellas palabras, Salcedo, bajó su vista hasta el plato en el que una tortilla francesa de un color intensamente amarillo ofrecía un tentador aspecto. Sus cejas volvieron rápidamente a su posición normal y continuó lentamente con su desayuno. 

Como en un  gesto de incredulidad o quizá  de rechazo Carlos alzó ligeramente sus hombros y permaneció callado.

Durante unos minutos ninguno de los tres viajeros intercambió  palabra alguna. Cada uno parecía sumido en sus pensamientos y si se hubiera podido escuchar lo que en esos momentos elaboraban sus mentes la relación entre ellos  hubiera variado significativamente.



Charly les esperaba ya en la calle delante de la puerta del Hotel. Había llegado a recogerles en una amplia furgoneta de color azul y enseguida, ayudados por los amables empleados del establecimiento colocaron en ella  sus equipajes.


-Nuestra próxima parada será Chivay donde nos quedaremos a pasar la noche y desde allí iremos hasta el Mirador del Cóndor-les informó Charly que parecía no quitarse nunca su sombrero de cowboy.

-Hasta Chivay-continuó el guía- hay unos 165 kilómetros y atravesaremos lugares donde llegaremos a estar a mas de 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Les recomiendo que se compren algunas hojas o caramelos de coca pues pueden empezar a sentir los efectos de cotas tan altas. El mal de altura, aquí conocido también como soroche, yeyo o apunamiento pueden empezar a notarlo a partir de los 2.400 metros.


Atravesaban el altiplano que les iba brindando amplias extensiones de terreno, lugares adornados a veces por pequeños montoncitos de piedra colocados durante años por los habitantes de aquellas tierras como agradecimiento por haber llegado hasta las cimas, tradición seguida por los viajeros que ahora recorren esas rutas.

Alpacas, llamas o vicuñas aparecían ante su vista ocasionalmente y distinguían al atravesar algún pequeño poblado los colores de los “chullos” o gorros multicolores que protegían del frío a sus habitantes. 


-Por los colores de esta prenda, tejida generalmente con lana de alpaca, puede saberse si quien la  lleva es casado o soltero e incluso si ocupa algún cargo público- les explicó Charly-. Al mismo tiempo les señalaba un amplio prado donde se veian algunas llamas y alpacas.  

       

 Años más tarde Andrés volvería a ver a esos animales en un valle de Suiza  donde eran empleados  para transportar  los equipajes  de los turistas en sus excursiones  e  incluso para cuidar los rebaños de ovejas.

           

        El hotel de Chivay estaba situado en una estrecha callejuela sobre cuyo suelo polvoriento se veía pasar de vez en cuando alguna mujer que ataviada con el colorido traje característico de aquella zona acompañaba a un par de vacas. Los andenes o  terrazas de cultivo adornaban las laderas de las montañas y cuando caía la noche el brillo de las estrellas se adueñaba del espacio y acariciaba todo el ámbito del pueblo. Había algo de mágico en la noche de Chivay y esa sensación la experimentó Salcedo y su especial intuición le hizo presentir que a partir de entonces habrían de suceder importantes acontecimientos.


        


X


        Era cierto que cuando llegaba la noche a Chivay las estrellas parecían tener una nitidez y un resplandor especial. Así le pareció a Salcedo cuando   durante unos instantes inclinó su cabeza hacia atrás y su vista quedó fija en el cielo. Presentía que la magia que parecía acompañar la llegada del silencio nocturno iba a propiciar una sucesión de importantes revelaciones. Esa premonición no tardó en cumplirse. Pronto vería como el viaje que hasta entonces había transcurrido plácidamente y sin ninguna incidencia habría de desembocar en un cambio drástico en las vidas y sentimientos de los tres viajeros.


Al retirarse a su habitación y con el gusto del pisco sour aún en su boca Andrés decidió acercarse al cuarto de Salcedo pues quería de una vez por todas aclarar alguno de los enigmas que la conducta de su amigo le planteaba desde que le conocía.

Le encontró cómodamente sentado en un pequeño sillón. Estaba leyendo un libro mientras mordisqueaba un bolígrafo igual al que Andrés había encontrado sobre la mesilla cercana su cama. 

Salcedo no pareció sorprenderse de la visita de Andrés a esas horas de la noche. 

-Disculpa que interrumpa tu descanso Salcedo, pero he sentido  la necesidad de  conversar contigo y preguntarte acerca de algunas cosas que hace tiempo me rondan en la cabeza.

-No me molestas Andrés-le contestó su amigo-En realidad yo también quisiera comunicarte algo que creo tengo la obligación de hacer por la amistad que nos une.

-Pues adelante. Pero si me dejas comenzar con una pregunta  te lo agradeceré. Es sobre algo que me ha intrigado siempre y que se refiere a uno de los sucesos que sobre tu vida me han informado algunas personas que te trataron hace ya años y que te acaeció  en los prados de El Escorial.


Durante unos segundos Salcedo pareció apretar con sus dientes más fuertemente el bolígrafo y finalmente apartándolo de su boca replicó a Andrés.

-Quizá sea porque en este lugar tan distante de nuestro país me sienta más propenso a sincerarme o quizá la realidad sea que, llegado ya a una edad más avanzada, los recuerdos de días pasados parecen querer salir de los rincones de mi cerebro en donde los tenía celosamente guardados. Puedes preguntarme que  yo intentaré contestarte.


El silencio se adueñó de la habitación unos instantes. El bolígrafo estaba ahora sobre la mesita cercana y  Salcedo,  recostado en el sillón, parecía esperar la pregunta de Andrés con los ojos ligeramente entornados.


-Mira Salcedo-le  espetó Andrés- quisiera saber un poco más de tu vida  Qué es lo que te ha hecho llegar a un estado de ascetismo y moderación en tu comportamiento. El suceso al que anteriormente me he referido no es sino uno de los interrogantes que tengo sobre tí y te agradecería, que fueras más explícito sobre tu persona. 


A partir del momento en que Andrés terminó de  pronunciar tales palabras el rostro de Salcedo pareció cambiar de expresión. Permaneció unos segundos en silencio y cerrando completamente sus ojos , reclinado en el sofá, se dirigió con estas palabras a Andrés:

-Sé perfectamente que vosotros, compañeros de trabajo, me habéis puesto el mote de “San Agustín”. No me molesta y ,aún más,  el hecho de que sea precisamente tal Santo ,debido a vuestra imaginación, el que me ha prestado su nombre no merece por mi parte sino el mayor agradecimiento.


Al igual que él yo también tuve unos años de juventud que no pueden calificarse precisamente de modélicos. Me entregué a todos los placeres y mi egoísmo predominaba siempre en cualquier relación que tuviera con cualquier persona. No obstante aún debía quedar dentro de mí un átomo de sensibilidad que llegó a crecer y manifestarse con fuerza ante un suceso que cambió radicalmente mi actitud y comportamiento.


Andrés escuchaba atentamente y su expectación aumentaba ante lo que pensaba sería la inminente confesión por parte de Salcedo de sucesos íntimos de su vida que su amigo había guardado siempre.

En aquella habitación del Hotel de Chivay, en el Perú tan lejano de España parecía que iba a producirse una revelación de escondidos secretos y  lo que más intrigaba a Andrés era el llegar a saber cual fué el detonante que produjo un cambio tan drástico en la vida de su amigo.


-Conocí a la única mujer que he querido en mi vida un día que fuí a visitar al hospital  a un amigo mío compañero de aventuras y despropósitos-continuó Salcedo- La ví por primera vez en la habitación donde mi compañero, víctima de los excesos que marcaban  nuestra vida, se reponía de un doloroso cólico. Ella le había llevado un medicamento y le ayudaba a ingerirlo. Reconozco que su aspecto me atrajo desde que la ví pero cuando abandonó la habitación no volví a pensar en ella.


Al día siguiente de mi visita al hospital recibí una llamada de otro compañero. Me comunicó que nuestro amigo enfermo seguía grave. Volví al hospital y permanecí un buen rato en la habitación acompañándole. Cuando el médico que le atendía entró me dijo que no me preocupara pues la crisis que sufrió mi amigo había sido superada y pronto tendría un restablecimiento total. Un posterior encuentro casual con aquella mujer  supuso el comienzo de una relación intensa.


 Abreviando te diré que ella murió a los tres años de conocernos. Yo viví a su lado  largos días de sufrimiento viendo como la enfermedad que la iba consumiendo terminó ocasionándole la muerte. Para ella fueron las primeras palabras de verdadero cariño que pronuncié en mi vida que había sido tan reprobable hasta entonces. Solo te diré que fué su carácter admirable y su bondad lo que cambió mi comportamiento tan miserable hasta entonces. Su entereza ante el sufrimiento, su falta de rencor por haber sido elegida para sufrir tal cruel enfermedad, todo ello me abrió los ojos ante algo tan importante como descubrir el verdadero sentido de nuestra existencia que creo debe estar basada en la bondad y los buenos sentimientos.

No quiero aburrirte con más detalles. Sí quiero confesarte algo que aún pareciendo cómico quizá pueda esconder signos de misterioso. Lo que me sucedió en los prados del Escorial adonde me había trasladado para un reportaje no fué ningún tipo de suceso milagroso. No hubo ningún componente de carácter sobrenatural en mi aparente éxtasis. Ni ví imágenes de vírgenes , ni escuché músicas celestiales.

En realidad lo que me pasó es que pisé uno de los cables, defectuoso y humedecido, que transportaban la electricidad desde un apartado poste hasta los equipos instalados en las furgonetas de la televisión. Una intensa descarga me atravesó el cuerpo y quedé inmovilizado e incapaz de pronunciar palabra durante algún tiempo.

Curiosamente no tuve ninguna secuela física posterior a este incidente y la gente a mi alrededor  se persignaba mientras creía ver un cierto milagro en tal suceso. Ya sabes, pues, algo más sobre mí, amigo Andrés y te ruego no lo conviertas en objeto de comentario con todos nuestros compañeros.


-Te agradezco Salcedo-replicó Andrés- la sinceridad de tus palabras y asumiendo cuanto me has contado como cierto no acabo, sin embargo, de explicarme lo extraño que siempre me ha parecido esa especie de capacidad para presagiar posibles acontecimientos que he observado en tí.


-Andrés,no hay en ello nada de sobrenatural o misterioso. La vida en su diario transcurrir nos va ofreciendo señales, a veces imperceptibles o a las que no prestamos la debida atención o importancia. Esas señales nos pueden anunciar el desarrollo posterior de situaciones, comportamientos o sucesos que generalmente sorprenden  a quienes no han sido capaces de captar el mensaje que aquellas les proporcionan.

Yo soy un espectador atento del diario transcurrir de cuanto a mi alrededor sucede. Veo con gran claridad cuanto la vida me va mostrando y puedo llegar a conclusiones sobre determinados hechos con antelación al posterior desenlace de los mismos. Creo también  que mucha gente pasa por la vida carentes de dos cualidades que son de gran impotancia  como son el poder ver, en su sentido más amplio, a  los demás y el saber escucharles con interés sin interrumpirles ni imponer. llevados por su egoismo,  sus propias opiniones.


Andrés quedo pensativo al escuchar estas palabras de su amigo. A través de la ventana podían divisarse miles de estrellas que iluminaban el Valle del Colca y la estrecha callejuela donde se encontraba el Hotel. El silencio reinante en la noche de Chivay parecía haber invadido la estancia. El bolígrafo seguía sobre la mesa y la lámpara parpadeaba intermitentemente. Salcedo se incorporó ligeramente y mirando fijamente a Andrés se dirigíó a él  en un tono pausado pero firme.

-Andrés, cuanto suceda a partir de ahora en nuestro viaje  te pido que no sea motivo de olvidos ni sirva para descuido de tus sentimientos. No me preguntes por qué lo digo. Tan sólo recuerda  cuanto te he dicho sobre saber captar las señales que pueden anunciar acontecimientos futuros.


Andrés, al escuchar a su amigo, pensó que el cansancio y lo avanzado de la noche le hacían ya desvariar en sus argumentos y que sus últimas palabras  tan sólo eran  una consecuencia lógica de ello.

Con unas escueta frase de buenas noches se despidió de Salcedo y ya en su habitación , teniendo como última visión de la jornada el inquieto titilar de una lejana estrella, quedó profundamente dormido.


XI


-La ruta de hoy nos llevará hasta La Cruz del Cóndor donde esperamos que puedan avistar esta majestuosa ave y posteriormente regresaremos a Chivay para visitar el mercado que ofrece todo tipo de artesanía propia de esta región. Allí  podrán filmar interesantes tomas para su reportaje –les había informado  Charly en el desayuno.


Tres cóndores  planean majestuosos sobrevolando las escarpadas laderas del cañón del Colca. Los dos gigantescos volcanes que lo custodian, el Coropuna y el Ampato, guardan no sólo rocas y lentiscos sino un hermoso valle transformado por sus sucesivos habitantes en fértiles tierras. Apoyados en la barandilla del mirador, Andrés  y Carlos, su compañero del equipo de filmación, esperan el momento ideal para fotografiar al rey de los Andes. Una buena instantánea que acompañará al reportaje que les ha sido encomendado por una cadena de televisión española. 


Cerca de ellos un nutrido grupo de turistas alemanes que habían esperado pacientemente la aparición del cóndor parecían estar ya terminando su visita y comenzaban su regreso al autobús. Habían salido de su hotel con las primeras luces del día ansiosos de incluir en los recuerdos de su recorrido peruano las imágenes del vuelo de la legendaria ave. 


La carretera que  ha llevado hasta el Mirador del Cóndor a los tres miembros del equipo de filmación del reportaje  ha convertido su viaje en el todo terreno en un continuo traqueteo y a Carlos en no pocas ocasiones se le ha escapado algún sonoro taco. Cuando aún faltan algunos kilómetros para llegar al Mirador y en un rellano a la derecha de la carretera, antesala de un abrupto precipicio , divisan a una joven que ataviada con el traje típico del valle expone sobre una manta bordados y variados recuerdos de la región.

-Te has fijado en esa mujer? -pregunta Andrés a su amigo- Que cara tan bella  tenía!!


Carlos , atareado en la preparación de su cámara admite no haberse fijado en la joven. Parecía preocuparle únicamente el fin último que les llevaba en aquél vehículo hasta su destino. Fotografiaba los detalles del entorno que aparecían constantemente durante el trayecto y  comentaba con impaciencia cuanto se refería  a la posibilidad de poder avistar al cóndor y poder realizar unas buenas tomas del mismo.

La imagen de la joven, sentada encima de su multicolor manta y rodeada por numerosos objetos artesanales no se apartaba sin embargo del pensamiento de Andrés. El escenario que la rodeaba, el colorido de su mercancía, la expresión de su rostro , todo ello había quedado impreso en su mente.

Salcedo,en el el asiento trasero del coche guardaba silencio y aparentó no escuchar el comentario de Andrés sobre la joven vendedora.

A su llegada al Mirador del Cóndor los turistas alemanes iban dejando ya el lugar con tan sólo la presencia de los tres amigos y Charly y finalmente desaparecieron en el interior del autobús que acabó alejándose  por la sinuosa carretera.


A lo largo de todo el recorrido que les había llevado hasta el Mirador y salvo en el momento en que soltó el exabrupto por el estado del camino  Carlos había permanecido silencioso. Su mente volaba hasta el lejano Madrid y las imágenes que parecían desfilar en la pantalla recóndita de su cerebro le abstraían ocasionalmente de los paisajes que brindaba la naturaleza del Valle. Aunque nunca se lo había comunicado a sus amigos,  Carlos llevaba dentro de sí la carga emocional negativa que la relación con algún miembro de su familia le había ocasionado.

Rechazaba sistemáticamente rememorar aquellos recuerdos cuando se le presentaban pero no podía deshacerse del trauma que arrastraba y que siempre había ocultado celosamente a sus dos compañeros.

Carlos se preguntaba no obstante si la sabiduría que parecía desprenderse de los juicios de Salcedo había llegado a captar sus más escondidos sentimientos.  Guardaba los secretos de su infancia celosamente y nunca había trascendido ninguno de ellos a sus dos amigos.


La noche de Chivay había impregnado su espíritu devolviéndole con gran fuerza antiguas sensaciones que parecía sentir de nuevo en su carne. Sentía una vez más todo el dolor, la terrible puñalada que había sufrido por parte de personas próximas a él. Aquella noche peruana, colquiana, iluminada por millones de estrellas, silenciosa y mágica, había abierto de par en par la espita que regulaba la salida de sus recuerdos más íntimos.


Mientras en una habitación cercana Salcedo parecía otorgar a Andrés algún atisbo de un pasado hasta entonces  guardado, Carlos se reencontraba en la soledad de su habitación con todos los fantasmas que regresando de golpe volvían a desgarrar sus entrañas. Al mismo tiempo que Andrés y Salcedo hablaban en la tranquilidad del pequeño cuarto del Hotel, Carlos veía pasar por su mente escenas de años pasados.


En un pequeño apartamento cercano al Manzanares había transcurrido su infancia.  Resonaban aún en sus oidos los gritos de su padres proferido en el transcurso de  frecuentes peleas. Había descubierto que éste, comandante del Ejército, dormía con una pistola debajo de la almohada. Aunque nunca le vió empuñarla siempre guardó el temor de verle algún día con ella en la mano en los momentos de maltrato hacia su madre.  En aquellos momentos , encerrado en su cuarto, las lágrimas se agolpaban en sus ojos y atemorizado no se atrevía a abandonar su habitación hasta que el silencio volvía a reinar en la casa. Recordaba con  cierto estremecimiento la autoritaria actitud de su padre. Y así día tras día hasta que una mañana de domingo, poco después de levantarse,  su padre entró en la habitación y mirándole fijamente a los ojos le dijo:


-Carlos, tu madre se ha marchado de casa.


Tan sólo esas palabras. Ni un razonamiento,  ninguna explicación a este vacío que dejó en el corazón de Carlos la escueta frase, las palabras que por breves no dejaban de esconder una dolorosa realidad. Siempre se había sentido más próximo a su madre que a su padre pues este último  le producía, ya desde muy niño, un profundo temor.


A lo largo de su vida , ya en años adultos, Carlos sin saberlo buscaba en su relación con otras personas llegar a encontrar el afecto profundo que tanto le faltara en sus años de infancia desde que su madre desapareciera del hogar familiar. Era un deseo de encontrar un cariño, exento en el caso de Anita de cualquier connotación sexual, sino más bien  una relación de apoyo y comprensión, cualidades estas que sentía no haber recibido de su padre tras la ausencia de su madre. Nunca más supo de ella. No recibió tampoco ningún mensaje a lo largo de los años que transcurrieron  hasta que alcanzó la edad adulta y pudo alejarse de su padre. 


Detenido el tiempo, parecía tan sólo existir movimiento en el interior de su pecho en el que la ansiedad pugnaba por escapar a través de su garganta buscando desesperadamente  salir al exterior para sumergirse en la noche borrando  sus recuerdos.


Sentía un gran afecto por Andrés y Anita. Los veía como una pareja de enamorados que se brindaban el uno al otro todo el cariño que él había perseguido desde su infancia y que le había sido negado. No podía imaginar que su amigo llegara a sentirse celoso pensando que las muestras de afecto que brindaba en ocasiones a Anita escondieran quizá otro tipo de atracción. Su aparente indiferencia ante hechos que a otras personas pudieran parecerles de importancia no era sino la manifestación de su desencanto ante comportamientos rutinarios de la gente en los que predominaba la envidia o el egoismo.


El abandono de su madre de la casa familiar dejó en Carlos un tremendo vacío y un inmenso dolor  que acompañó sus últimos años de infancia. Desde entonces, abstraído en ocasiones, parecía que esperaba  ver aparecer en algún momento a su madre. Todos esos sentimientos los supo guardar siempre  para sí  celosamente.

Finalmente el tiempo recobró su marcha, y los recuerdos se desvanecieron con la llegada del cansancio. La angustia  de Carlos escapó finalmente por la ventana del sueño.  Las estrellas lejanas parecieron  entonces titilar con más fuerza como enviando ,cifrados ,  mensajes de luz hacia el Valle.



XII


El vehículo de transporte de los tres españoles sufre un accidente la mañana en que va a recogerlos.

Como consecuencia de ello queda inutilizado el equipo de filmación. Reclaman una nueva cámara a Lima que no podrán recibir hasta pasados unos días. Los tres amigos se ven obligados a permanecer en Chivay hasta entonces.


El encuentro de Andrés con Lucía se produjo inevitablemente en el mercado de Chivay. Las señales que se nos pueden mostrar en nuestro acontecer diario y a las que se refirió Salcedo al decir que  avanzan posteriores sucesos en nuestra vida, se habían finalmente concretado en el encuentro de ambos.

Las palabras de Salcedo en  la noche de Chivay con sus estrellas azulando  la noche del Valle habían anunciado a Andrés que la visión de la vendedora en la pedregosa cuneta de la carretera del Valle y su exclamación de admiración por la belleza de la joven no habían hecho sino predecir  posteriores  acontecimientos que habrían de tener una gran influencia en su vida.


Cuánto iba sucediendo en el transcurso del viaje parecía haber sido dictado por alguna poderosa fuerza capaz de dirigir el destino de los tres amigos. Los días plácidos de sus visitas turísticas previos al comienzo del reportaje que iniciaron en el Valle habrían de dar paso a otros que habrían de llevar su viaje  a un  inesperado final.


Unas pequeñas llamas de lana de alpaca, gorros, cojines, mantas y trajes de increíble colorido, llaveros y cuadros con paisajes típicos de la región, todo se ofrecía ante la vista de Andrés en la pequeña tienda del mercado y, apenas visible detrás de aquel sinnúmero de mercancías el rostro de la joven que vieron al borde de la carretera le sonreía y parecía atraerle con una poderosa fuerza.


El mercado de Chivay fué el escenario del primer acto en la historia de amor entre Andrés y Lucía.


No existieron para los dos ni el bullicio de la gente  a su alrededor, ni se fijaron en los pequeños grupos de turistas que cumplían el trámite de completar un tour dirigidos por un guía.  Toda la fuerza emanada de aquellas montañas y desfiladeros sobre las que volaba el cóndor, de caminos y terrazas milenarios, parecía impulsar la atracción del uno hacia el otro y Andrés sumergido en esos momentos olvidó por completo cuantas imágenes de su Madrid lejano llevaba en su memoria. Desaparecieron Anita y sus paseos del atardecer por las riberas del Manzanares, las partidas de bingo, la sidra del antiguo mesón, todo cuanto hasta entonces era el motivo de sus recuerdos.


Lo dicho por Salcedo en la tranquilidad de la noche del valle  aconsejando a Andrés cobrò entonces toda la fuerza de una profecía.


“-Andrés, cuanto suceda a partir de ahora en nuestro viaje  te pido que no sea motivo de olvidos ni sirva para descuido de tus sentimientos......” 


No hubo para estas palabras  un eco que resonando en la mente de Andrés le recordara el consejo de su amigo y la relación continuó de forma imparable.

-Te llevaré conmigo Lucía- le prometió  Andrés una mañana en que los dos habían llegado hasta la Cruz del Cóndor.

Aquél mensaje se clavó en el corazón de Lucía despertando una profunda  ilusión  y desde aquél momento Andrés no dejó de repetir esas palabras  en todos sus encuentros con la joven durante los días que permanecieron en el Valle.

Aquella promesa se esparció  por las laderas del inmenso  desfiladero al tiempo que un cóndor sobrevolaba sobre ellos como único testigo de aquellas  palabras. Fué aquél día cuando Lucía, con ojos brillantes de alegría, le entregó el pequeño saquito con el collar de semillas de huayruro.


   -Esto te traerá suerte y felicidad-le dijo al

 entregárselo-y  cuando lo  contemples en tus manos sentirás más fuerte aún nuestro amor y   nuestra dicha. El Dios Viracocha ha querido que nos unamos y no habrá nunca lágrimas  por culpa de un olvido.     Mira como  planea el cóndor sobre nosotros.     Parece querer acompañarnos en este día que será el   comienzo de  nuestra unión. Siente el sol que da hoy a las tierras del Valle colores más bellos. Las terrazas en las laderas de las montañas estarán más verdes que nunca y  esta  noche las estrellas que contemplas desde tu habitación del Hotel de Chivay brillarán 

con más fuerza y sentirás al contemplarlas toda la magia de este Valle que nos ha unido.


      

  Salcedo y Carlos asistían al desarrollo de aquella relación con encontrados sentimientos.  Carlos se imaginaba que Anita veía pasar los días en Madrid, esperando con ansiedad el  regreso de Andrés. La recordaba aquellos días de la estancia en Chivay quizá con más intensidad que su amigo y le dolía profundamente ver a Andrés entregar su cariño a la joven peruana. Le parecía una traición imperdonable y desde aquél momento su amistad sufrió irreparablemente. Los días grises de su infancia, la sensación de vacío que dejó el abandono del hogar familiar por parte de su madre habían dejado en él una huella amarga que él siempre había procurado disimular sin manifestarlo exteriormente ante los demás.


 Había llegado a un punto tal que cualquier atisbo de debilidad moral que viera en los demás le  originaba una reacción de total intolerancia. Ese rechazo le iba haciendo refugiarse cada vez más en sí mismo y mostrarse reacio a adquirir nuevas amistades.

 Había idealizado en demasía su amistad con Andrés y Anita. En el cariño hacia ellos parecía haber encontrado consuelo a una  parte de sus frustaciones, las que le había ocasionado su infancia y adolescencia en un hogar ausente de felicidad. Ahora, allí en Chivay, contemplaba impotente la relación de su amigo con la bella peruana  y una vez más  parecía romperse algo dentro de él y afloraban de nuevo viejas sensaciones de tristeza y desencanto.



XIII


Los tres amigos contemplaron aquella noche durante la cena el baile que ofrecido a los huéspedes por el hotel representaron unos artistas locales. Un hombre, cubierta su cara por una máscara de lana, bailaba con una joven a la que azotaba cuando ésta, tumbada en el suelo, adoptaba una postura de sumisión. En un momento dado el bailarín se acercó a Carlos y cogiéndole de la mano le sacó a la improvisada pista del restaurante y, colocándole la máscara, le entregó el pequeño látigo con el que azotaba  a su compañera. Carlos, fiel a sus principios, en ningún momento azotó a la joven sino que dirigiéndose hacia el bailarín le propinó dos contundentes zurriagazos ante el regocijo de los comensales de la sala.

-Pero hombre que has hecho ? -le espetó Andrés al regresar Carlos  a la mesa- No ves que este baile es una muestra tradicional del folklore de esta región?

-Yo no azoto a una mujer-  contestó Carlos con un acento solemne. Andrés le miró con un gesto de reprobación indicándole que  siguiera con el ritual.


A Andrés y Salcedo  les disgustó esta reacción de su amigo. Habían comprendido desde el primer momento que comenzó el baile representado por los dos artistas locales que la danza no era sino una inocente representación de una historia que desconocían. En realidad ignoraban el verdadero motivo por el que Carlos había reaccionado de tal manera sin respetar cuanto de tradicional representaba aquel baile para los lugareños.


No podían adivinar que cuando Carlos vió los simulados azotes del bailarín a su joven compañera inundaron su mente los recuerdos de su infancia y las escenas en las que había visto en no pocas ocasiones las discusiones y el maltrato sufrido por su madre.

En esta reacción también influía  la gran decepción que le había ocasionado  la conducta de Andrés y la traición de este con Anita. Aquél baile que al fin y al cabo no había sido sino el fingimiento de un acto cruel había despertado en la mente de Carlos los mas tristes recuerdos de su infancia. Ante él pareció presentarse de nuevo la escena  en la  que sus padre en el calor de una violenta discusión había maltratado a su madre. 


       XIV



En el lago Titicaca una barca les lleva hasta la orilla opuesta desde la casa de una familia de uros que los ha recibido y mostrado sus pequeñas chozas.

El día soleado les acompaña y la intensidad de la luz hace resaltar con mas fuerza el colorido de las mujeres del poblado. En la gran barca de totora que gobiernan dos fornidas mujeres  el grupo está compuesto por los tres amigos, Charly y Lucía a  quien Andrés siempre quiere llevar con ellos en  cuanta excursión realizan.  Dificultades con el material de repuesto de Lima han permitido que su tiempo libre se prolongue debido a la espera. 


Carlos ha ido distanciándose paulatinamente de Andrés desde el comienzo de su relación con Lucía. Salcedo parece sumido en un extraño silencio y apenas cambia unas palabras con sus compañeros y Charly contempla la evolución anímica del grupo completamente consciente de que un nuevo volcán parece haberse añadido al abundante cupo que ya posee Perú. Charly piensa que la caldera de aquél volcán,  surgido como consecuencia de la atracción que siente Andrés hacia Lucía, acabará por estallar violentamente en cualquier momento. 


Al llegar al otro lado del lago Salcedo se aparta del grupo y desaparece entre los puestos de recuerdos y los grupos de turistas. Extrañados Andrés y Carlos por aquella desaparición lo comentan alarmados  con Charly.  En ese momento desconocen que Salcedo no volverá a reunirse con sus compañeros hasta el día siguiente.

-Condenado Salcedo- exclama Andrés-se nos estropean las cámaras y se nos pierde San Agustín.

-No puede haber ido muy lejos – le contesta Charly- Estamos prácticamente rodeados de agua. Aunque el hecho de que haya tantos pequeños islotes nos será más difícil encontrarle.


Buscar a Salcedo en alguna de aquellas 20 islas artificiales del lago se presentaba como una tarea ardua y decidieron regresar al Hotel de Puno esperando que aquél  volviera en cualquier momento pues sabedores de su especial carácter no les extrañaba en demasía la desaparición de su compañero.


Pero, que había sucedido con su amigo? Lo cierto es que Salcedo se había dirigido a la isla de Amantani conocedor de que en ella se encontraban los lugares ceremoniales de Pachatata y Pachamama en que se celebraban anualmente ofrendas a las deidades cósmicas. Había oído que esas ofrendas tenían, entre otros fines, conseguir alcanzar la armonía con la naturaleza y que en la isla se encontraba un Pako u hombre sabio del que se decía que tenía grandes dotes de predicción del futuro y por tal motivo no dudó Salcedo  en realizar su escapada  con el fin de conocerlo.


El resultado de su encuentro con el anciano habitante de la isla de Amantani y cuanto de él pudo escuchar permaneció siempre oculto a la curiosidad de su compañeros que a su regreso al hotel el día siguiente se apresuraron a preguntarle ávidos de curiosidad, los motivos y pormenores de su desaparición. Nada consiguieron sonsacarle y este mutismo contribuyó aún más a que, a medida que iba transcurriendo su estancia en el Valle,  existiera entre los componentes del grupo  una tensión que, imperceptible apenas en sus comienzos, crecía con el paso de los días.


XV



En la isla de Amantani no eran aún frecuentes en aquella época las visitas de turistas para pernoctar en las casas de sus habitantes.  Salcedo había oído que había un Pako que vivía prácticamente aislado en una pequeña casa  de piedra que él mismo había construido en una colina no muy lejos de las orillas del lago. Este hombre era considerado por los nativos de Amantani como el más sabio de cuantos allí habitaban.

Un empinado camino de piedras desigualmente colocadas llevó a Salcedo,  no sin fatigoso esfuerzo, hasta la morada del sabio.


La altura a la que se encuentra el lago así como aquella adicional ascensión hasta la cima de la colina le hicieron acusar los efectos del soroche y apenas pudo pronunciar unas palabras de saludo cuando entró en la única habitación de la casa. El Pako no le pareció a Salcedo de una edad muy avanzada. Se había amaginado  encontrar a un hombre anciano, quizá de cabellos muy blancos y de facciones surcadas por mil arrugas producto de su longevidad. Nada de eso se presentó ante sus ojos. Aquél hombre era más bien de mediana edad y su mirada que parecía dirigirse hacia el techo de la pequeña habitación y su parpadeo muy poco frecuente reveló a Salcedo que aquel hombre era ciego.  


  • Le he preparado un té de hojas de coca.-dijo el sabio- En quechua lo llamamos ”kuka mat´i¨. Me imagino que habrá notado la altura a la que nos encontramos. Más de 3.800 metros debe ser algo inusual para usted.


Salcedo ya había aprendido desde el comienzo de su viaje a Perú que el té de coca es paliativo para el mal de altura y agradeciendo a su anfitrión su hospitalidad bebió un largo sorbo de la caliente bebida antes de iniciar la conversación.

- Le agradezco su té –dijo Salcedo-pero me pregunto cómo supo que yo vendría a verle?

-No sería yo considerado como hombre sabio si no tuviera la cualidad de adelantarme a los acontecimientos.-fué la contestación.

Aquella respuesta intrigó aún más a Salcedo y acrecentó su deseo de preguntar  sobre las cuestiones que le interesaban.


    -Yo como tú -le dijo el sabio-puedo sentir las señales que nos pueden avanzar sucesos de nuestro próximo futuro. 


  • El Dios Viracocha salió de este lago y nos  dejó la semilla de su sabiduría en la isla –continuó su anfitrión--. Este legado  no figura en los relatos que hablan de este lugar y tampoco en las leyendas que sobre Amantani circulan por el mundo. Los hombres desconocen infinidad de misterios que existen en la Tierra.  Debo decirte que tanto  la  sabiduría de los incas como la de los antiguos egipcios quizá tengan el mismo origen. No sabías que Viracocha al igual que Orus, nieto del dios egipcio Ra,  están representados con una serpiente en las manos y apoyando sus pies sobre dos cocodrilos? 


Aquella sabiduría ha llegado hasta los más recónditos lugares de nuestro planeta y se ha transmitido a hombres escogidos quienes lo conservan a través de los siglos. Quizá  tú, sin saberlo,  seas uno de ellos. Eres un hombre que ha elegido finalmente el camino del bien pero debes desterrar las mentiras que sobre tu pasado cuentas a tus compañeros. Ellos tienen su destino ya marcado y tú vas a ser testigo de cuanto les irá acaeciendo.


 Quedó impresionado Salcedo por estas palabras que le demostraban que aquél hombre había sabido leer en su mente. Efectivamente el relato de Salcedo a Carlos y Andrés sobre su historia con la enfermera y el cáncer sufrido por ella no había sido sino una invención que contara a sus amigos y que en realidad enmascaraba la historia real que había motivado un cambio drástico en su vida. Era cierto  que había visto sufrir a una persona y había contemplado el largo calvario de su enfermedad pero no había sido  su compañera , personaje inexistente. En aquél sanatorio en que visitó a su amigo asistió un día a la visita que al enfermo de la cama vecina a la de su amigo hicieron una mujer y su hija.


Aquél hombre enfermo terminal habló con tanto amor y entereza a su esposa y a su niña y fué correspondido por ellas con tanto cariño que Salcedo  sintió en aquél momento el vacío inmenso de no saberse amado y ,aún más doloroso, de no tener a quien amar.

Fué absolutamente consciente de que llegaría el día en que él mismo, completamente solo, se vería postrado en el lecho de muerte y el pensamiento de que no habría nadie que en aquél  trance pudiera darle como despedida un inmenso cariño le angustió de tal forma durante unos momentos que a partir de esa breve pero intensa  sensación cambió su vida. 


-Como bien has dicho-prosiguió el hombre sabio- tu también tienes el don de presentir  próximos acontecimientos pues sabes leer las señales que deja el comportamiento de las personas. Esta es una cualidad de la que gozamos tan sólo los que quizá hayamos sido escogidos por alguna suprema voluntad que desconocemos. El hecho de haber tenido una primera etapa de tu vida en parte negativa ha tenido por el contrario la consecuencia de que tu alma se hiciera más receptiva a cuantas cualidades positivas pueda tener el hombre.  Al mismo tiempo debes saber que ha sido la fuerza desconocida que mueve el mundo la que  te ha dado el don de la precognición.

Tres cóndores vuelan cerca el uno del otro  sobre el Cañón del Colca, pero pronto se separarán al igual que vosotros. No todos volverán a su nido.  A partir de hoy irás descubriendo con más claridad  el destino de cada uno de ellos. Cuanto a partir de ahora os suceda cambiará por completo cuanto ha sido vuestra vida hasta ahora. 


Con estas últimas palabras terminó el encuentro de Salcedo con el hombre sabio de la Isla de Amantani y a su regreso al Hotel de Puno , cerca ya de la madrugada, en el confortable refugio de su lecho, sus pensamientos antes del sueño fueron para las últimas palabras que aquél le dijera y que parecían presagiar importantes acontecimientos.



XVI



Sentado al lado de Lucía en el Mirador del Cóndor Andrés contempla la interminable profundidad del Cañón. Ella le habla sobre las costumbres del Valle. Le explica el porqué de la diferente forma del sombrero de las mujeres que en él habitan.


-Las mujeres cabanas llevamos el sombrero de forma achatada y las collaguas tienen la copa más alta. Nosotras habitamos en la zona baja del valle.  Mi padre siempre quiso llevarme con él al Machu Pichu antes de morir.  Estaba enfermo y sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Hace tres años pudo finalmente cumplir su sueño y junto a él recorrimos la ciudad sagrada. Entonces me dijo que había oido que debajo de las piedras del Templo del Sol habían enterrado los sacerdotes un gran tesoro. En realidad debajo del templo hay una cueva donde se cree que estuvo enterrado Pachacutec, un emperador inca. Mi padre murió convencido de que la historia del tesoro era totalmente cierta pero yo no he oido nunca a nadie hablar de ello y pienso que la creencia de mi padre estaba motivada por los delirios que su enfermedad le provocaba.


       Charly le explicaría más tarde  a Andrés que la momia de Pachacutec se encontraba en Cuzco en el barrio de San Blas en un templo dedicado al trueno que el caudillo inca había mandado edificar. Le aclaró igualmente que ellos llamaban a la ciudad Cusco y no Cuzco y a partir de aquél momento así se refirieron todos  a ella.

Andrés  escuchaba atentamente a Isabel mientras estrechaba su mano. Poco antes, en su trayecto hasta el Mirador habían atravesado un túnel bajo la montaña. 


-Cuando se pasa por este túnel no debes respirar hasta que salgas  y tienes que formular un deseo-le había dicho ella- pues se dice que aquí habita el Chinchilico, el  demonio de los socavones. Si haces como te digo evitarás su maldición.

Andrés había sonreído al escucharla y aunque no muy convencido acerca de la verosimilitud de la leyenda había contenido la respiración y, cerrando sus ojos al mismo tiempo que ella, formuló  un deseo. 

 

No muy lejos de ellos , en una ladera de un pequeño promontorio un rebaño de llamas era vigilado por una mujer vestida con el traje tradicional. Carlos, sentado sobre una piedra parecía contemplar  los movimientos del rebaño pero en realidad su mirada estaba más atenta a Andrés e Isabel. Su rostro mostraba una mueca de disgusto y renacían en su mente escenas amargas motivadas por las desavenencias de sus padres.  


XVII


Habían recibido el nuevo material para la realización de su reportaje aquella mañana y Andrés y Carlos se desplazaron al día siguiente  hasta Cusco para recogerlo en compañía de Charly.

-Esta ciudad fué fundada por Manco Capac y por Cusco la conocemos-les explicó Charly- Al clavar su vara de oro en este lugar ordenó construirla y así nació esta ciudad tan bella. Si hubiéramos dispuesto de más tiempo les habría llevado a conocer el templo de  Coricancha en honor de Inti, el Dios del Sol. La gran cantidad de oro que lo adornaba fué utilizado para pagar el rescate del inca Atahualpa, prisionero de Pizarro, aunque aquél no fuera liberado posteriormente.

 Charly,que cumplía a la perfección su cometido de guía bien documentado, continuó informándoles durante un buen rato. 


Descartada la visita por falta de tiempo se dirigieron a la calle Maruri donde se encontraba el almacén con el material. Muy cerca había una placita donde se encontraba un lujoso hotel, antiguo caserón de algún rico hacendado,  de donde salían ocasionalmente grupos de turistas de aspecto nórdico.


Carlos apenas pronunció palabra durante todo el trayecto.  Veía en Anita a todas las mujeres que verían rotas sus ilusiones, a todas las que creyeron un día haber encontrado una felicidad que  habría de durar toda su vida junto a alguien que ellas pensaban sería incapaz de traicionarlas. Su amistad con Andrés se perdió allí junto a las terrazas del Valle, en los mercadillos de los pueblos, en las quebradas del Cañón. 

Hubiera querido regresar a los días anteriores al viaje en España y contemplar de nuevo la felicidad de sus amigos, esa felicidad que a él se le había negado.


Era el rico colorido de los trajes de los habitantes del Valle del Colca así como el impresionante escenario del Cañón o el agradable sonido de la zampoña, que los nativos del Valle sabían tocar con gran habilidad, lo que le distraía en ocasiones de aquellos pensamientos negativos y concentrándose en el trabajo que le había llevado hasta las tierras de Perú intentaba sin éxito alejar de su mente los fantasmas que albergaba su mente desde su salida de España.



XVIII




Cuando llegaban los calores del verano a Madrid, Anita , asomada al balcón de su casa, contemplaba el incensante volar de los vencejos que en el atardecer aparecían sobre los tejados de la ciudad. En aquellos días en que Andrés se hallaba en Perú esperaba impaciente  su regreso e imaginaba su reencuentro fabricando en su mente escenas de un futuro pleno de felicidad. Por las tardes, acompañada por alguna amiga, solía sentarse en algún bar del Paseo de Rosales y mientras consumía una horchata hacía volar mentalmente sus pensamientos hacia Andrés deseosa de que atravesaran el inmenso oceáno para acompañarle en aquellas lejanas tierras.


Algunos días se acercaba junto a su padre hasta una iglesia cercana en la calle de la Princesa y mientras transcurría la Misa imaginaba el templo adornado con flores intensamente blancas mientras que ella avanzaba por el pasillo hacia el altar sintiendo las miradas de admiración de todos los invitados a la boda. Creía ver a Andrés esperándola y sentía que se acercaba a él  para no separarse nunca más.


Al terminar la Misa y ya despierta de sus ensueños se dirigía con su padre a una esquina de la calle y entraban en un pequeño bar a tomar un bocadillo de calamares.


La muerte del dueño de la tienda del barrio también había sorprendido a Anita que había ido durante años a comprar a ese establecimiento. No era tal hombre muy cordial pero al ser la tienda más cercana de su hogar la frecuentaba para realizar sus compras. Le habían llegado también a ella los rumores del maltrato que aquél dispensaba a su mujer y procuraba siempre apresurar su compra y abandonar la tienda cuanto antes.


La noticia del crimen  pareció romper la monotonía diaría en su vida. En su casa, en el Parque con las amigas o con los vecinos se multiplicaban las opiniones sobre el motivo de dicha muerte y la identidad del autor de la misma, incógnitas que se acrecentaban ante el silencio en los medios de la policía que parecía no contar con pistas que pudieran esclarecer el crimen.


Tan sólo sabían que al tendero lo habían encontrado con una herida mortal de bala  en la cabeza  en el interior de su coche , aparcado junto a una de las aceras del Parque del Oeste. El crimen debió producirse entrada ya la noche cuando algunas prostitutas  frecuentaban el Parque y unos barrenderos, ya en la mañana, lo habían descubierto.

Los habitantes de aquel pequeño mundo cuyos ámbito quedaba limitado al espacio ocupado por unas cuantas calles había quedado conmocionado por el suceso. No era el tendero persona que despertara simpatías y aunque quizá algunas personas no lamentaran su muerte eran más las que sentían el desasosiego que les producía pensar que un asesino podía convivir en su comunidad.



XIX


La luna iluminaba la noche de Chivay cubriendo de plata las casas del pueblo. Avanzada ya la noche una persona salió del hotel  y se perdió al final del camino alejándose hacia las montañas que rodeaban el valle.

Al amanecer Andrés y Salcedo esperaron en vano a Carlos en el pequeño restaurante donde se servían los desayunos. Nadie supo darles ninguna explicación, nada que les hiciera averiguar ni el motivo de su desaparición ni el lugar donde pudiera hallarse. Su amigo había desaparecido en el silencio de la noche y tan solo las estrellas pudieron observar desde lo alto hacia donde se había dirigido. Todos los  planes de trabajo de Salcedo y Andrés, toda la motivación de su  viaje a Perú quedaron enterrados aquella mañana y se vieron obligados a regresar a España. Fué entonces cuando los acontecimientos siguieron precipitándose como si de repente un extraño frenesí de inesperadas decisiones invadiera a Salcedo y Andrés.


-Andrés yo no volveré a España-dijo Salcedo con cierto aire de solemnidad- Tengo muy claro donde debo permanecer. He buscado estos últimos años las razones de la existencia, el por qué de los hombres en la Tierra y su destino final. He caminado desde el mal hasta el bien, desde la oscuridad a la luz y desde el egoísmo a la bondad. Para mí no hay más camino a seguir  que el de llegar más allá y tratar de encontrar finalmente lo que calme mi inquietud por saber. En un lugar de este país he hallado al fin el lugar que ha de ser  a partir de ahora mi morada.  Desconozco si realmente soy un  elegido  pero esa duda quedará aclarada con el tiempo. Te he comentado Andrés en varias ocasiones como puedo presentir acontecimientos por las señales que día a día la vida nos va mostrando. Si puedo con este don contribuir ayudando a los demás quiero iniciar esa tarea en este país que me ha cautivado por su historia, sus gentes tan amables y la belleza de sus valles y montañas.

Ahora estás tú solo aquí y tu destino te va a llevar de vuelta a España. Con ello harás que la persona que allí te espera se sienta feliz pero al mismo tiempo otra persona sentirá todo el dolor de su ilusión perdida. Eres libre, Andrés, de tomar tus decisiones pero yo te pido que a partir de tu llegada a España no vuelvas ya nunca más a matar la ilusión de una persona.

Cuando llegamos a Perú éramos tres personas que dejaban atrás vidas muy distintas. Cada uno  guardaba un pasado muy dispar. De los tres tú eres el que quizá representaba la vida rutinaria, sin altibajos apenas, sin grandes conmociones. Yo he seguido un camino de mejora y rectificación de mis errores pasados y sé que ahora tengo una misión que cumplir no solo con los demás sino conmigo mismo. 

Carlos ha cometido un gran error queriendo acabar de forma equivocada con los demonios que le atormentaban desde su infancia. Se ha marchado llevando dentro de sí el remordimiento de algo terrible que ha realizado y que ha de acompañarle hasta el fin de su vida.

Tú, Andrés, has traicionado el cariño de una persona y destrozado la ilusión de otra de la que ni siquiera te atreves a despedirte. Ninguno de nuestros errores sale gratis a lo largo de nuestra vida y te advierto  que tú también llevarás siempre dentro de tí la infelicidad que ocasiona el remordimiento.

 Eres joven y a tu regreso a España seguirás tu vida con quien te espera y siempre confió en tí. Si en el futuro tus caminos te traen de nuevo hasta Perú búscame en la isla de Amantani. Dejas en este país a tres personas que te apreciaron profundamente. Carlos que  quizá buscó en las profundidades del lago Titicaca o en lo más alto de las montañas  el  final de cuanto  le atormentaba así como la expiación de un hecho reprobable. Lucía cuyo cariño traicionado sentirás vivo  siempre dentro de tí y finalmente a mí que testigo de tu debilidad he sido la voz de tu conciencia. 


Escuchó en silencio Andrés estas palabras. Toda la verdad que ellas encerraban le acompañaron mientras preparaba su equipaje para el regreso. Desaparecido Carlos y  decidido  Salcedo a permanecer en Perú tan sólo le quedaba regresar a España y continuar allí su vida. Quedaban atrás días en que los hechos sucedidos tuvieron como escenario la majestuosidad de los paisajes peruanos, las costumbres y tradiciones de sus gentes, el colorido de los mercados del valle, las verdes terrazas de sus laderas, el sonido de las zampoñas y las quenas  y, por encima de todo ello, la  mirada de Lucía la última tarde en que se vieron y en la que él no tuvo el valor de anunciarle su partida. 


 Todo ello se iba alejando mientras volaba de regreso a España. Atrás   quedaban sus amigos y la ilusión rota de una persona que había confiado en él.  La huida de Carlos, la decisión inesperada de Salcedo, su propio sentimiento de culpa por su traición a Anita y su promesa incumplida a Lucía suponían tal cúmulo de recuerdos que parecían querer explotar en su mente.  



XX


Las pesquisas que la policía realizó en Aguas Calientes llevaron finalmente a la identificación del cadáver que los porteadores bajaron de la pared  del Huayna Pichu hasta depositarlo en el templo del Sol. El cuerpo de Carlos fué finalmente enterrado en un cementerio cercano. El caso se archivó especificando que la muerte se produjo por la propia voluntad del fallecido  ya que todo indicaba que había tomado la decisión de suicidarse. Algún porteador que vió caer a Carlos desde el estrecho camino que bordeaba la montaña había confirmado a la policía que le pareció ver en la distancia como Carlos  se dirigió  hasta el borde del precipicio y dando un paso adelante se precipitó al vacío. 


Andrés y Anita se enteraron de la muerte de Carlos una mañana de domingo cuando se disponían a dar un paseo por el Parque del Oeste.

Para ellos quedó siempre en el misterio el por qué de la decisión de su amigo. Con el paso de los años fué quedando en el olvido también la misteriosa muerte del tendero del barrio. El causante de ella nunca fué descubierto y nunca más volvieron a producirse en aquella zona sucesos de índole tan violenta.


El barrio fue experimentando pequeños cambios  con el tiempo. Desapareció la tienda del tendero fallecido. El carbonero tuvo que dejar su pequeño almacén ante el arrollador avance de nuevos sistemas de calefacción más modernos. Los coches invadieron la calle y los pocos solares que aún quedaban fueron invadidos por modernos edificios. El pequeño bombo repleto de números  utilizado por el padre de Anita  para jugar al bingo había quedado ya silencioso y olvidado en un desván tras la muerte de aquél poco después del regreso de Andrés a España.


Carlos y Anita habían ocupado un ático al final de la calle  lindando ya con el Parque. Andrés solía bajar de vez en cuando a recorrer los jardines llevando consigo recuerdos que nunca se borraban de su mente. Fué en una de esas ocasiones cuando aquella tarde en que bajó al Parque con su hijo oyó gritar a una de las madres llamando a su niña:

-¡Lucía!...

Las semillas de huayruro parecieron transmitirle entonces todo un cúmulo de recuerdos de momentos vividos en el lejano Valle peruano

y recordó una vez más las palabras de su amigo Salcedo poco antes de su despedida. 


Un fin de semana cuando habían transcurrido varios años desde su boda   Anita propuso a su marido hacer una visita a Toledo. 

La bella ciudad castellana  repleta de arte y tradiciones les acogió de nuevo una mañana fría de invierno. Inevitablemente su visita les llevó otra vez hasta la Capilla del Cristo de la Vega. Así se  lo pidió Anita al salir de la Iglesia de Santo Tomé y haber contemplado el famoso cuadro del Greco. 

De nuevo ante el Cristo con  la mano desprendida de los clavos  pareció emocionarse nuevamente al contemplar la imagen mientras Andrés sintió una presión en su garganta y los recuerdos del lejano Perú volvieron a invadirle. Las semillas de huayruro de las que nunca se había desprendido y que casi siempre llevaba consigo parecían pesar más que nunca en su bolsillo. Anita le cogió de la mano y ya fuera de la capilla le abrazó diciéndole:


-Cuánto debió sufrir la joven por la traición de Diego! Recuerdas la primera vez que vinimos a ver el Cristo?  Entonces me pareció una bella historia pero ahora más que entonces me ha entristecido  su final.


Andrés bajó los ojos evitando su mirada y  ambos continuaron su camino hasta el centro de la ciudad sintiendo el aire frío del invierno en  sus mejillas mientras se alejaban de la iglesia

 



XXI



El hombre vestido con un poncho anaranjado  salió de su pequeña vivienda, cogió su chuspa y se dirigió hasta la orilla del lago Titicaca.  Montó en una pequeña embarcación y empezó a remar pausadamente. El tiempo era bueno y sabía que tenía por delante todas las horas que le pudiera permitir su vida. Sabía perfectamente cual era el destino de su viaje. Cuando llegó a las proximidades de Puno  abandonó la barca y emprendió a pie un largo camino. Con su andar lento fué recorriendo la distancia que le separaba de Chivay donde pasó una  noche  y al día siguiente se  adentró en la carretera que atraviesa el Cañón  del Colca. En un tramo de ella donde había un amplio rellano se sentó en una piedra y esperó pacientemente. Aún no estaba muy avanzada la mañana cuando un autobús de línea paró cerca de el y descendió una mujer de edad madura con una gran bolsa en sus manos. La mujer, con una expresión de sorpresa,  contempló al hombre que, levantándose de su asiento, se dirigía hacia ella con los brazos extendidos y ambos se fundieron en un prolongado abrazo. 


Lucía recordaba el carácter bondadoso de aquél hombre y después de tantos años transcurridos, le emocionó su encuentro con San Agustín pues así también le llamaba ella conocedora del apodo que le habían dado sus amigos.  Comenzó Lucía a extender sobre una manta los típicos recuerdos peruanos que iba sacando de la bolsa, como hacía cada día en aquel lugar desde hacía muchos años, con el fin de esperar que alguno de los turistas que recorrían el valle pararan su vehículo y le compraran  algún objeto. Al mismo tiempo escuchaba las palabras de su visitante  que llevaron hasta ella en aquel recóndito lugar del Valle frases de consuelo que intentaban mitigar la gran tristeza que aún sentía cuando recordaba las promesas incumplidas de Andrés. Allí quedó,  junto a su modesta mercancía, esperando el autobús de línea que, un día más,  pasara a recogerla  de nuevo mientras el hombre se alejaba prosiguiendo su camino, cumplida la misión que le había llevado hasta allí que no era otra sino la de transmitir a Lucía palabras de ánimo y cariño que iluminaran su humilde vida. 


XXII


El hombre ,haciendo un alto en su camino, se dirigió hasta una pequeña elevación del terreno cercana . Alrededor se veían algunos montoncitos de piedras. Con cuidado fué eligiendo las que necesitó para construir con especial esmero tres nuevos montones de tal forma que alineados cuidadosamente parecieran apuntar hacia el lejano Huayna Pichu.


Allí quedó, simbolizada en los diminutos monumentos, la presencia de tres viajeros que años atrás conocieron la bella naturaleza del Valle y la magia de las estrellas en la noche de Chivay.  Fué desde aquél momento cuando sus vidas experimentaron un cambio decisivo. Uno  de ellos no pudo soportar el sentimiento de culpa que le acompañó desde su salida de España y encontró en la belleza incomparable del Machu Pichu el fin de su vida y de su remordimiento. Andrés regresó a su país llevando dentro de sí y para siempre la consciencia de su traición a la mujer que habría de acompañarle el resto de su vida y de sus falsas promesas a Lucía. Finalmente Salcedo, conocedor de los sucesos y debilidades de sus compañeros, fué el único que encontrándose a sí mismo y consciente de la misión que debía cumplir , decidió dedicarse totalmente a ella lejos de cuanto hasta entonces había sido su vida en España. Su fama de hombre sabio llegó a extenderse y pudo con su bondad y sabiduría llevar felicidad y consuelo a muchas personas. 


 Cuando llegó por fin a la ultima etapa de su largo viaje, en un pequeño cementerio muy cerca ya del legendario Machu Pichu, el hombre sacó de su chuspa un pequeño collar de semillas de huayruro como el que Isabel había entregado años atrás a Andrés y lo colocó al pie de una modesta  tumba. Pronunció entonces su dedicatoria con una voz apenas perceptible.

-Se dice que este amuleto será motivo de ventura para quien lo posea. Que él pueda brindarte, allá donde estés, la felicidad que no gozaste en este mundo. Quizá en esa otra vida que todos esperamos tener al morir hayas podido encontrarte con tu ser más querido.


Muy cerca de allí pasaban los porteadores acompañando a los turistas deseosos de llegar al Machu Pichu. Se cumplía ya el centenario del descubrimiento de la ciudad sagrada. Numerosos grupos de estudiantes 

se dirigían hacia ella  donde se mezclarían con gentes llegadas de todas las partes del mundo.


 El hombre emprendió el regreso hasta la isla del Lago Titicaca y desvió de nuevo su camino hasta llegar a Chivay donde permaneció una noche. Cuando atravesó el Valle del Colca  divisó sobre los altos desfiladeros a un cóndor  que con su vuelo majestuoso le acompañó  desde la altura durante un buen trecho de su camino.



Epílogo


    Todos los años miles de de viajeros recorren los  

     bellos escenarios del valle del Colca. Su camino 

   les lleva hasta el lugar incomparable del Machu Pichu.

     


Los cóndores siguen volando sobre las profundidades del Cañón y los viajeros que los contemplan desde el Mirador nunca sabrán que aquellas aves vieron desde su altura lo sucedido a los tres viajeros de esta historia y que ellas fueron los unicos testigos de una promesa incumplida, de una desesperada decisión y del comienzo de la nueva vida de una persona elegida.


Si algún turista decide llegar hasta una de las Islas del lago Titicaca quizá encuentre en  ella  una humilde vivienda donde habita un hombre del que se dice que tiene un don especial. Quizá él logre, después de escuchar al viajero, anunciarle algún hecho importante que pueda sucederle en el futuro o quizá tan solo la gran serenidad que transmite y la sabiduría que  encierran sus palabras ayuden al viajero a dar a su vida un  cambio trascendental.  


 


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