Hace tiempo me preguntaron qué era lo que más me impresionaba en esta vida. No tenía fácil contestación pues podían encontrarse variadas respuestas. Finalmente opté por opinar que quizá lo que más me impactaba era el paso del tiempo y cuanto ello suponía. La permanencia de una situación no resiste el transcurrir de los años. Hay casos en que esto parece no cumplirse pero si no limitamos estas excepciones al breve espacio de nuestra propia vida veremos que al final todo termina por cambiar y destruirse.
Guerras, ciudades, situaciones alegres o desgraciadas que parecen no tener fin, ilusiones y desengaños....todo se va esfumando ante el paso implacable de los días, de los años, del invencible tiempo.
En los viajes contemplo algunas imágenes que parece no sufrirán ese destino. La impresionante longevidad de las sequoias de California, la milenaria existencia de la muralla china, los bosques de columnas de los templos egipcios y de Baalbek, tantos y tantos monumentos, paisajes y hasta la inacabable protesta de una gallega en las aceras de Washington parece que no tendrán nunca fin y sin embargo todo acabará devorado por el imparable transcurrir del tiempo que no es sino el propio deterioro de todo cuanto de índole material existe en nuestro universo.
Vivimos afortunadamente nuestros días ajenos a estos pensamientos. Disfrutemos de nuestros viajes, de los momento optimistas o de las buenas acciones hacia los demás que nos pueda brindar la vida, con toda intensidad como si esos instantes no fueran a tener nunca fin. Al fin y al cabo es por esos momentos de alegría e ilusión por los que merece la pena seguir el camino.
Guerras, ciudades, situaciones alegres o desgraciadas que parecen no tener fin, ilusiones y desengaños....todo se va esfumando ante el paso implacable de los días, de los años, del invencible tiempo.
En los viajes contemplo algunas imágenes que parece no sufrirán ese destino. La impresionante longevidad de las sequoias de California, la milenaria existencia de la muralla china, los bosques de columnas de los templos egipcios y de Baalbek, tantos y tantos monumentos, paisajes y hasta la inacabable protesta de una gallega en las aceras de Washington parece que no tendrán nunca fin y sin embargo todo acabará devorado por el imparable transcurrir del tiempo que no es sino el propio deterioro de todo cuanto de índole material existe en nuestro universo.
Vivimos afortunadamente nuestros días ajenos a estos pensamientos. Disfrutemos de nuestros viajes, de los momento optimistas o de las buenas acciones hacia los demás que nos pueda brindar la vida, con toda intensidad como si esos instantes no fueran a tener nunca fin. Al fin y al cabo es por esos momentos de alegría e ilusión por los que merece la pena seguir el camino.
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