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sábado, 4 de diciembre de 2021

Primera parada antes del fin del viaje.


Texto y foto.....Julio Suárez Herrero.       Diciembre 2021




No puedo distinguir desde donde me encuentro las palabras escritas en el jersey de aquella mujer. Estoy sentado sobre la arena de esta playa, lejos de la orilla, en este día en que la bajamar crea un largo recorrido hasta donde mueren las olas. Es un día de invierno y debido al ambiente frío y húmedo tan solo se ve pasear a algunas personas bien abrigadas. Al lado de la mujer un perro de color negro salta y de vez en cuando inicia una larga carrera.

Una vez más he llegado hasta aquí. Me he levantado tarde y he decidido sentarme al borde de la playa antes de ir a  desayunar en el bar que está cerca del arenal,

Creo que tengo muy  clara la razón por la que he venido a este lugar. Se que tengo que irme de nuevo y aún así parece que algo me ata a estas arenas, a estas rocas a este incesante murmullo de las olas acabando en minúsculas líneas de agua sobre la arena.

Al fin entorno mis ojos. Ya no veo a la gente paseando, al perro saltando ni a las diminutas olas de la orilla. Veo en mi recuerdo a un niño rubio, con su piel escandalosamente tostada por tantos días de verano en la playa. Juega haciendo una especie de casa en la arena  y a su lado está sentada una mujer morena. Se encuentran cerca de un toldo de una época ya lejana y detrás de ellos se ven unas casetas de color blanco con listas azules. 

Un estridente sonido del motor de un helicóptero sobrevolando la playa termina con mi ensoñación. La mujer del mensaje escrito en su jersey se ha ido alejando y es ya solo un punto en la lejanía. 

Me dirijo hacia el bar y pregunto al dueño por el encargado de las casetas y otras personas del pasado. 

-Ha muerto hace tiempo- , me contesta.-¿Y Paco el guarda?  -Hace ya años que murió-replica.

¿Y Juan el pescador? ¿Y Carmiña  ? , y Don Ramón el cura? , ¿y?...  ¿y?…….

-Todos se fueron-

Siento un enorme vacío. ¿Y yo? Yo  sigo aquí y me parece volver a años pasados. Regreso  a mi coche aparcado junto a un pequeño prado y salgo, mas bien escapo de aquella playa, de sus arenas, de sus olas, de sus gentes ya muertas, pero también de momentos felices y de días que al igual que aquellas personas también se han ido para no volver. Al pasar por la avenida orillamar veo algunos nuevos pobladores de este pequeño universo que hace ya años fue parte de mi vida.  Son los mismos de entonces con otras caras, otra forma de vestir , otros nombres pero integrantes efímeros de un tiempo que repite inexorablemente los ciclos de la vida.

Al llegar a la ciudad me impresionan los numerosos adornos con que se han engalanado sus calles. La Navidad está cercana y en su calle principal un enorme árbol nos la anuncia descaradamente. Hace aún no muchos años los carros de bueyes dejaban oír su monótono lamento en las afueras de la ciudad. Mujeres con enormes cestas sobre su cabeza llevaban con un prodigioso equilibrio todo tipo de productos. 

Alguien parece saludarme cerca de un quiosco desde donde se contempla la ría. No puede ser, es imposible y sin embargo ahí está sonriendo y dirigiéndose a mí. Todas las mañanas del verano, cerca ya del mediodía le veía venir caminando por la orilla de la playa con su bañador siempre de color amarillo. El y yo éramos eternos. Nos volvíamos a encontrar en la  playa en los veranos. Gastaba siempre alguna broma y terminaba indefectiblemente con la frase…¿ qué?, cuando vamos a tomar unos calamares? Yo sé que le gustaba vivir su vida sin ataduras, sentirse libre  y tremendamente desorganizado pero también se que así era feliz….Pocos días antes de regresar a la playa pregunté por él.

Me dijeron que se había ido al final del último verano. Ido para no volver a pasear nunca más por la orilla. No habrá ocasión de tomar esos calamares. Abrí mis ojos y miré en dirección al quiosco, él había desaparecido. A lo lejos se divisaba la ría y el puerto poblado de barcos.


A pocos kilómetros de la playa hay un pueblo de calles empedradas y dominado por un antiguo castillo.  Antes de partir me acerco a verlo de nuevo y contemplo las Islas desde el camino que bordea su muro. Me parece escuchar aún el sonido que hace años producían sobre los raíles las ruedas de un tranvía blanco  a su llegada al pueblo.

En mi coche me alejo ya de la playa, del pueblo, de sus pìedras y de sus gentes de ahora, de los recuerdos de entonces y veo, iluminada por los faros, delante de mí, una carretera que parece no tener fin y que me lleva hasta la  próxima parada de mi viaje...

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