Sentado en las gradas habilitadas para poder esperar pacientemente el momento de su llegada a la playa nos abrigamos pues es de noche y el frío se hace sentir.

Me pregunto al verlos pasar presurosos con su torpe andar si estos animalitos que llegan después de su lucha diaria en el mar por su subsistencia pueden ser equiparables en su comportamiento al que repiten día tras día algunas personas. La rutina diaria de estas, su desplazamiento en grandes grupos donde queda diluida su personalidad, y su búsqueda final del refugio nocturno donde dormir y olvidar en muchos casos los posibles sinsabores de la lucha diaria me traen a la imaginación esta comparación quizá exagerada.
Los pingüinos ya se han retirado a sus pequeñas cuevas. Los turistas en numerosos grupos se van dirigiendo a sus autobuses. Es de noche y todos, una vez desembarcados en la ciudad, irán en busca del calor de su alojamiento pero si el escenario fuera al revés no habría gradas con turistas sino con pingüinos disfrutando del espectáculo que los viajeros pudieran brindarles.
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