El tren hizo al fin su entrada en la estación central de Copenhague. No pude evitar el recordar, al descender del tren, al emigrante español de la estación Terminus de París. Su grito propagando su humilde trabajo resonaba aún en mis oidos, pero ahora era yo el que en este país me encontraba de frente con otras gentes, otro idioma y otras formas de vida.
Abundaba la gente de pelo muy rubio y como aún no habían llegado los años en que la emigración eligiera Dinamarca como uno de sus puntos de destino apenas se veían personas de aspecto distinto al escandinavo.
Al salir de la estación sentí una brisa fresca en mi cara, el cielo me pareció de un azul más pálido que en España, las calles no tan invadidas de automóviles, mientras que la gente, aún poblando en bastante número las aceras, hacía sonar el ruido de sus pasos más que el de sus voces.
De mi libro "Mañana te enseñaré Beirut" .
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